sábado, 29 de diciembre de 2012

ღ ☆♥Una Navidad Magica♡★ღ Jemi Cap. 18 Final


Después siguieron acurrucados el uno junto al otro, sumidos en un silencio trascendental.

Habría más preguntas que formular, más respuestas que descubrir. Pero eso podía esperar de momento, pensó Demi, saturada por la novedad, por las posibilidades. Y por la esperanza.
***

Nochebuena

 

Tuvieron que apartar algunos de los regalos colocados debajo del árbol de Navidad para que Nick y Kevin montaran el tren eléctrico que circularía alrededor. Holly estaba eufórica y chillaba de alegría mientras corría detrás del tren, vestida con su pijama rojo de franela. Winston se acercó con recelo y lo observó todo sin fiarse demasiado.

Habían acordado que Holly podía abrir un solo regalo esa noche y que dejaría el resto para la mañana de Navidad. Como era de esperar, había elegido la caja más grande, que resultó ser la del tren.

En otra caja estaba la casita de hadas que Demi había empezado a hacerle, junto con los tubos de pintura, las bolsitas que contenían el musgo y las flores secas, el tubito de cola con purpurina y el resto de los materiales que Holly necesitaría para decorarla.

Joe se había sentado en el sofá al lado de Demi, que estaba enderezando un montón de cuentos navideños que habían estado leyendo.

—Es tarde —murmuró ella—. Debería irme pronto.

Al ver que Joe se inclinaba para hablarle al oído, sintió un agradable escalofrío.

—Quédate esta noche conmigo.

Demi sonrió.

—¿No teníais una regla que prohibía traer invitadas a dormir? —le preguntó en voz baja.

—Sí, pero hay una excepción: puedo invitar a una mujer a dormir si luego me voy a casar con ella.

Demi le lanzó una mirada de reproche.

—Jonas, me estás presionando.

—¿Ah, sí? En ese caso, seguro que no te gusta uno de los regalos que pienso darte mañana por la mañana.

Demi notó que le daba un vuelco el corazón.

—¡Ay, Dios! —Escondió la cara entre las manos—. Por favor, que no sea lo que creo que es... —Separó los dedos para mirarlo.

Joe le sonrió.

—Tengo motivos para sentirme esperanzado. Últimamente, te cuesta mucho decirme que no.

Cosa que era más o menos cierta. Demi bajó las manos y lo miró. A ese hombre tan guapo y tan sexy que había cambiado su vida en tan poco tiempo. Sintió una oleada de felicidad tan intensa que apenas pudo respirar.

—Eso es porque te quiero —confesó.

Joe la abrazó, inclinó la cabeza y le dio un beso dulce en los labios.

—¡Uf! —exclamó Holly—. ¡Se están besando otra vez!

—Sólo podemos hacer una cosa —le dijo Kevin—. Irnos arriba para no verlos.

—¿Ya es hora de irme a la cama?

—Hace media hora que pasó tu hora de irte a la cama.

Holly abrió los ojos de par en par.

—Papá Noel vendrá enseguida. Tenemos que dejar preparadas la leche y las galletas.

—Que no se te olviden las zanahorias para los renos —le recordó Demi mientras se apartaba de Joe y se levantaba para acompañar a la niña a la cocina.

—¿Crees que Papá Noel se asustará cuando vea a Winston? —le preguntó Holly, y su voz llegó hasta el salón.

—¿Con todos los perros que ha visto? Qué va...

Nick se incorporó y estiró la espalda.

—Me despido. Yo también me voy a la cama.

—Vendrás mañana por la mañana, ¿no? —le preguntó Kevin.

—¿Demi hará el desayuno?

—Al menos, supervisará el proceso.

—Entonces sí. —Nick se detuvo al llegar a la puerta y volvió la cabeza para mirarlos—. Me gusta esto —dijo con un deje reflexivo, sorprendiéndolos—. Tiene un aire... muy familiar. —Se detuvo un momento para despedirse de Demi y de Holly, y se marchó.

—Creo que mejorará poco a poco —comentó Kevin—. Sobre todo cuando acabe lo del divorcio.

Joe esbozó una sonrisa torcida.

—Creo que todos mejoraremos.

Holly volvió al salón y dejó sobre la mesita del sofá un plato con galletas y un vaso de leche.

Winston, no vayas a comértelas, ¿eh?

El bulldog meneó el trasero con alegría.

—Vamos, bichito —le dijo Kevin a Holly—. Te acompaño a la cama.

La niña miró a Joe y a Demi.

—¿Subirás a darme un beso de buenas noches?

—Dentro de un momento —le prometió Demi—. Vamos a recoger todo esto y a dejar algunas cosas preparadas para mañana. —Observó con ternura a Holly mientras la niña subía las escaleras.

Cuando Joe fue a desconectar el tren, Demi se acercó al plato de galletas y se sacó un trozo de papel del bolsillo.

—¿Qué es eso? —le preguntó Joe cuando regresó a su lado.

—Una nota que Holly me ha dado para que la deje con las galletas. —Se la enseñó—. ¿Sabes a qué se refiere?

 

Querido Papá Noel:

gracias por hacer realidad mi deseo.

te quiere

HOLLY

 

Joe dejó la nota en la mesa para abrazar a Demi.

—Sí —dijo, mirando esos ojos castaños—. Sé a lo que se refiere.

Y mientras inclinaba la cabeza para besarla, Joe Jonas por fin creyó en la magia.

 
FIN

ღ ☆♥Una Navidad Magica♡★ღ Jemi Cap. 17

 

—Estar sola no te garantiza la seguridad, Demi. Sólo te garantiza soledad.

Tras ese comentario, Demi se subió al coche y él le cerró la puerta despacio. Y poco después la vio alejarse por el camino.

Demi descubrió aliviada que su relación con Joe volvió a la normalidad al día siguiente del de Acción de Gracias. Le llevó café a la juguetería y se comportó con tanta serenidad y simpatía que casi habría jurado que no había sucedido nada en su porche.

El lunes, su día libre, Joe le pidió que lo acompañara para comprar la decoración de Navidad, dado que ni Kevin ni él tenían un solo adorno. Demi lo acompañó a varias tiendas de Friday Harbor y le aconsejó comprar guirnaldas de flores frescas para las repisas de las chimeneas y las puertas, una corona de acebo para la entrada, un juego de velas con sus correspondientes candelabros de latón y un poster de Papá Noel de estilo retro. Joe sólo protestó con una pirámide de fruta ornamental de estilo colonial sureño, que sería el centro de mesa.

—Odio la fruta de plástico —dijo.

—¿Por qué? Es bonita. Es lo que usaban en la época Mileyna como decoración navideña.

—No me gusta ver algo que parece que se puede comer pero que no es comestible. Preferiría que estuviera hecha con fruta de verdad.

Demi sonrió exasperada.

—No duraría el tiempo necesario. Y si está hecha de fruta de verdad y te la comes, ¿luego qué?

—Compraría más fruta.

Después de meter toda la compra en su camioneta, Joe consiguió que aceptara su invitación a cenar. Al principio, intentó negarse con la excusa de que se parecía demasiado a una cita, pero él zanjó el asunto con un:

—Será como un almuerzo, sólo que más tarde.

De modo que cedió. Fueron a un restaurante íntimo a unos seis kilómetros de Friday Harbor, donde ocuparon una mesa junto a la chimenea de piedra. A la luz de las velas, comieron unas conchas de peregrino rellenas de paté de pato y queso de cabra, y después un filet mignon con cobertura de café.

—Si hubiera sido una cita —le dijo Joe después de la cena—, habría sido la mejor de mi vida.

—Como ejercicio de práctica ha sido estupendo —replicó Demi con una carcajada—, para cuando salgas en serio con alguien.

Sin embargo, incluso a ella le sonó falso y vacío de contenido.

A lo largo de las semanas previas al día de Navidad, en la isla se sucedieron las actividades festivas: conciertos, celebraciones, concursos para nombrar las mejores iluminaciones y festivales. Lo que más ansiaba Holly era ver el desfile anual de barcos. Patrocinado por el Club de Vela de Friday Harbor y el Club Náutico de la isla de San Juan, consistía en una flotilla de barcos totalmente iluminada que hacía el recorrido de ida y vuelta entre Shipyard Cove y el puerto deportivo. Los dueños de los barcos que no participan en el desfile también engalanaban sus embarcaciones. Cerraría el desfile el Barco de Papá Noel, del que desembarcaría el propio Papá Noel en el muelle de Spring Street. Allí lo recibirían los músicos y desde allí partiría hacia el sanatorio en un camión de bomberos.

—Quiero verlo contigo —le dijo Holly a Demi, que le prometió reunirse con ellos en el muelle después de cerrar la juguetería.

Sin embargo, el muelle y las zonas colindantes estaban atestados, y los espectadores y los coros de villancicos resultaban ensordecedores. Demi deambuló entre la multitud, abriéndose paso entre familias con sus hijos, parejas y grupos de amigos. Los barcos iluminados relucían en la oscuridad, arrancando vítores a la multitud. Se le cayó el alma a los pies al darse cuenta de que no podría encontrar a Joe y a Holly con la facilidad que había previsto.

Daría igual, se dijo. Se lo pasarían muy bien sin ella. Al fin y al cabo, no formaba parte de su familia. Si

Holly se llevaba una decepción porque no aparecía, se le olvidaría pronto.

Aunque eso no la ayudó a deshacer el nudo que tenía en la garganta ni la presión que sentía en el pecho. Siguió buscando entre la multitud, de familia en familia.

Le pareció escuchar su nombre en el tumulto. Se detuvo, se volvió y miró bien a su alrededor. A lo lejos, vio a una niña ataviada con un abrigo rosa y un gorro rojo. Era Holly, que estaba junto a Joe y le hacía señas. Con un gemido aliviado, se abrió paso hasta ellos.

—Te has perdido algunos barcos —le dijo Holly al tiempo que se cogía de su mano.

—Lo siento —se disculpó casi sin aliento—. Me ha costado encontraros.

Joe sonrió y le pasó un brazo por los hombros, pegándola a su costado. La miró a la cara cuando se percató de que inspiraba hondo.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Demi sonrió y asintió con la cabeza, aunque estaba al borde del llanto.

«No —pensó—. No estoy bien.»

Tenía la sensación de que había despertado de uno de esos sueños en los que se corría con desesperación en busca de algo o de alguien que nunca se alcanzaba, una de esas pesadillas de las que no se podía escapar. Y en ese momento se encontraba donde más le apetecía estar, con las dos personas con las que más anhelaba estar.

Era una sensación tan maravillosa que la embargó el pánico.

 

 

—¿Estás segura de que no quieres un árbol? —le preguntó Joe a Demi al lunes siguiente, mientras ella lo ayudaba a meter un abeto perfecto en su camioneta.

—No me hace falta —contestó con alegría mientras olía la resina fresca que se le había quedado en los guantes y Joe aseguraba el abeto—. Siempre paso la Navidad en Bellingham.

—¿Cuándo te vas?

—En Nochebuena. —Al percatarse de que Joe fruncía el ceño, añadió—: Antes de irme, dejaré un regalo bajo el árbol para Holly, así podrá abrirlo el día de Navidad.

—Holly preferiría abrirlo contigo delante.

Demi parpadeó, sin saber muy bien cómo contestar. ¿Le estaba diciendo que quería que pasara la Navidad con él? ¿Tenía pensado invitarla?

—Siempre paso el día de Navidad con mi familia —dijo con cierta inseguridad.

Joe asintió con la cabeza y lo dejó estar. Regresaron a Viñedos Sotavento y juntos consiguieron meter el árbol por la puerta.

En la casa reinaba el silencio, ya que Holly estaba en el colegio. Kevin había ido a Seattle para visitar a unos amigos y para hacer algunas compras.

Demi sonrió al ver la proliferación de copos de nieve de papel que colgaban de las puertas y de los techos.

—Alguien ha estado muy ocupado.

—Holly ha aprendido a hacerlos en clase —dijo Joe—. Ahora se ha convertido en una fábrica unipersonal de hacer copos de nieve.

Joe encendió la chimenea mientras ella abría las cajas de luces para adornar el árbol.

En cuestión de una hora, habían colocado el árbol en su sitio y lo habían adornado con las luces.

—Ahora viene la parte mágica —dijo ella, que se metió en el estrecho hueco que quedaba detrás del árbol para enchufar las luces. El árbol comenzó a brillar y a parpadear.

—No es magia —replicó Joe, pero estaba sonriendo mientras contemplaba el árbol.

—¿Y qué es?

—Un sistema de bombillas minúsculas iluminadas por el movimiento de los electrones a través de un material semiconductor.

—Sí. —Demi levantó el índice con gesto elocuente mientras se acercaba a él—. Pero ¿qué las hace parpadear?

—La magia —cedió, resignado, con una sonrisa en los labios.

—Exacto. —Lo miró con una expresión satisfecha. Joe le pasó las manos por el pelo y le sujetó la cabeza mientras la miraba a los ojos. —Te necesito en mi vida.

Demi fue incapaz de moverse o de respirar. La declaración era sorprendente por su sinceridad, por su claridad. No podía apartarse, no podía hacer nada salvo mirarlo, hipnotizada por la expresión de esos ojos azules.

—Hace poco tiempo le dije a Holly que el amor es una elección —continuó Joe—. Me equivoqué. El amor no es una elección. La única elección posible es lo que vas a hacer con él.

—Por favor —susurró.

—Comprendo tus miedos. Comprendo por qué es tan duro para ti. Y puedes elegir no arriesgarte. Pero yo te querré de todas formas.

Demi cerró los ojos.

—Tendrás todo el tiempo del mundo —siguió él—. Puedo esperar hasta que estés preparada. Pero tenía que decirte lo que siento.

Seguía sin poder mirarlo a la cara.

—Nunca estaré preparada para la clase de compromiso que quieres. Si quisieras sexo sin ataduras, no tendría problema. Podría hacerlo. Pero...

—Vale.

Demi abrió los ojos de par en par.

—¿Cómo que vale?

—Que acepto el sexo sin ataduras.

Lo miró, alucinada.

—¡Acabas de decir que ibas a esperar!

—Y puedo esperar para el compromiso. Pero mientras tanto, me conformo con el sexo.

—¿Te conformas con una relación física que tal vez no llegue a otra cosa?

—Si es tu mejor oferta...

Lo miró por fin y vio la expresión risueña de sus ojos.

—Te estás quedando conmigo —dijo.

—Lo mismo que tú.

—No me crees capaz de hacerlo, ¿verdad?

—Pues no —contestó él en voz baja.

Demi estaba demasiado confusa como para analizar la maraña que eran sus emociones. Sentía indignación, miedo, alarma e incluso cierta sorna... pero nada de eso era responsable del deseo abrasador y vibrante que le quemaba el cuerpo. La sensación se intensificó en lugares que le provocaron un intenso rubor y que hicieron que fuera muy consciente de la cercanía de Joe. Lo deseaba, en ese preciso instante, con una pasión arrolladora y desaforada.

—¿Cuál es tu dormitorio? —le preguntó, y le extrañó muchísimo que no le temblara la voz.

Experimentó la satisfacción de verlo abrir los ojos de par en par al tiempo que desaparecía la expresión risueña.

Joe la condujo escaleras arriba, mirándola de vez en cuando para asegurarse de que lo seguía. Entraron en su dormitorio, limpio y con pocos muebles, con las paredes pintadas en un color neutro imposible de distinguir a la mortecina luz invernal.

Antes de que el valor la abandonase, Demi se quitó los zapatos, los vaqueros y el jersey La frialdad reinante en el dormitorio hizo que se estremeciera, ya que sólo llevaba la ropa interior. Cuando Joe se acercó a ella, levantó la cabeza y se dio cuenta de que él también se había quitado el jersey y la camiseta, dejando al desnudo su musculoso torso. Se movía con elegancia y cierta cautela, como si no quisiera asustarla. Su mirada se posó en su cara con la suavidad de una caricia.

—¡Eres preciosa! —exclamó al tiempo que le acariciaba un hombro con los dedos.

Demi creyó que pasaba una eternidad hasta que por fin terminó de desnudarla, besando cada centímetro de piel que iba dejando al descubierto.

Cuando por fin estuvo en la cama, desnuda, extendió los brazos hacia él. Joe se quitó los vaqueros y la abrazó con fuerza. Demi notó que le ardía la piel mientras lo exploraba. Joe la besó, primero con exquisitez y luego con insistencia hasta que se rindió y se entregó a él por completo.

La invadió una oleada de nuevas sensaciones. Las suaves y expertas caricias de sus labios y sus manos despertaron la pasión.

Joe se colocó sobre ella y le apartó el pelo de la cara, húmeda por el sudor.

—¿De verdad creías que iba a ser menos que esto? —le preguntó con ternura.

Demi lo miró, estremecida hasta lo más hondo de su alma. Porque para ellos no podía haber nada que no fuera amor, nada que no fuera la eternidad. La verdad latía en sus desbocados corazones, en el palpitante deseo que compartían. Ya no podía seguir negándolo.

—Hazme el amor —susurró, porque lo necesitaba, porque deseaba ser suya.

—Siempre. Demi, amor mío...

Joe se hundió en ella con un movimiento certero que la llenó por entero. Notaba la fuerza de su presencia rodeándola, poseyéndola. El placer la abrumó en oleadas cada vez más intensas y más exquisitas hasta que gritó al alcanzar el clímax. Se aferró a su espalda, y notó cómo se le contraían los músculos bajo la piel sudorosa. Joe no tardó en alcanzar el clímax en el dulce puerto de sus brazos.

Después siguieron acurrucados el uno junto al otro, sumidos en un silencio trascendental.

Habría más preguntas que formular, más respuestas que descubrir. Pero eso podía esperar de momento, pensó Demi, saturada por la novedad, por las posibilidades. Y por la esperanza.

ღ ☆♥Una Navidad Magica♡★ღ Jemi Cap. 16


—¡Madre mía! ¿Qué es eso?

Nick clavó la vista en la puerta trasera con expresión imperturbable.

—Creo que ha sido el pavo.
 
La puerta trasera se abrió de golpe y por ella entró una enorme figura envuelta en una nube de humo. Era Joe, que llevaba gafas de seguridad y unos largos guantes acolchados que le llegaban hasta los codos. Se acercó al fregadero, rebuscó en el armario y sacó un extintor.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Nick.

—El pavo ha explotado en cuanto lo hemos metido en la freidora.

—¿Lo habéis descongelado antes?

—Ha estado dos días descongelándose en el frigorífico —contestó Joe, recalcando la parte del tiempo. Al ver a Demi, se quedó de piedra—. ¿Qué haces aquí?

—Eso no importa. ¿Kevin está bien?

—De momento. Pero no lo estará en cuanto le ponga las manos encima.

Se produjo otro nuevo fogonazo en el exterior, acompañado por unos cuantos improperios.

—Será mucho mejor que apagues el pavo —sugirió Nick.

Joe lo fulminó con la mirada.

—¿Te refieres al pajarraco o a Kevin? —Y desapareció rápidamente mientras cerraba la puerta al salir.

Demi fue la primera en hablar.

—Cualquier método culinario que implique vestirse con protección de los pies a la cabeza...

—Lo sé.

Nick se frotó los ojos. Parecía llevar bastante tiempo sin dormir bien.

Cuando dirigió la mirada al reloj que había en la pared, Demi se dio cuenta de que si se marchaba en ese preciso momento, tendría el tiempo justo para llegar al ferry.

Pensó en el Día de Acción de Gracias en casa de sus padres, en las hordas de niños, en la cocina abarrotada, en sus hermanos y sus respectivos cónyuges pelando, cortando y mezclando ingredientes. Y después pensó en la larga y amena cena... y en la conocida sensación de encontrarse sola rodeada por una multitud. Nadie la necesitaba en casa de sus padres. En Viñedos Sotavento, en cambio, saltaba a la vista que podría ser de cierta utilidad. Miró a Holly, que estaba apoyada en ella, y le dio unas palmaditas en la espalda para tranquilizarla.

—Nick —preguntó—, ¿podrá funcionar el horno hoy?

—Dame media hora —respondió él.

Demi se acercó al frigorífico, lo abrió y vio que había leche, huevos, mantequilla y verduras frescas. La alacena también estaba muy bien provista. Salvo por el pavo, parecían tener todo lo necesario para preparar una cena de Acción de Gracias. El problema era que no sabían qué hacer con todo eso.

—Holly, cariño, ve a por tu chaqueta —le dijo a la niña—. Te vienes conmigo.

—¿Adónde vamos?

—A hacer un par de recados.

Cuando la niña se fue en busca de su chaqueta, Demi le dijo a Nick:

—La traeré enseguida.

—A lo mejor ya no estoy aquí —replicó él—. En cuanto arregle esto, me vuelvo a mi casa.

—¿Vas a pasar el Día de Acción de Gracias con tu mujer?

—No, mi mujer está en San Diego con su familia. Nos estamos divorciando. Tengo planeado pasar el día bebiendo hasta que me sienta tan feliz como cuando era soltero.

—Lo siento —dijo Demi, y lo decía de corazón.

Nick se encogió de hombros.

—El matrimonio es una mierda —dijo con voz fría—. Cuando nos casamos, sabía que teníamos un cincuenta por ciento de probabilidades de que funcionara.

Demi lo miró con expresión pensativa.

—No creo que uno deba casarse a menos que esté seguro al cien por cien.

—Eso no es realista.

—No —admitió ella con una media sonrisa—. Pero es un buen comienzo. —Se volvió hacia Holly, que había regresado con su chaqueta.

—Antes de irte, ¿podrías hacer algo con ese perro? —le preguntó Nick antes de lanzarle una mirada asesina a Winston, que estaba sentado tan tranquilo.

—¿Te molesta?

—Cuando me mira con esos ojos de desquiciado, me entran ganas de vacunarme o algo.

—Así es como Winston mira a la gente, tío Nick —le explicó Holly—. Eso quiere decir que le gustas.

Demi cogió a Holly de la mano, salió de la casa y pulsó una tecla de marcación rápida en su móvil de camino al coche. Contestaron de inmediato.

—Feliz Día de Acción de Gracias —escuchó que decía su padre.

Demi sonrió al oír los ruidos tan conocidos de fondo, una mezcla de ladridos, llantos de bebé, golpes de platos y cazuelas, y la melodía de Perry Como y su «En casa de vacaciones».

—Hola, papá. Feliz Acción de Gracias a ti también.

—¿Vienes de camino?

—Pues no. Y me estaba preguntando... ¿crees que este año podríais pasar sin mi timbal de macarrones con queso?

—Depende. ¿Por qué tendría que conformarme y pasar sin él?

—Estaba pensando en pasar Acción de Gracias con unos amigos, aquí en la isla.

—¿Uno de esos amigos es quizá don Trayecto en Ferry?

Demi sonrió a su pesar.

—¿Por qué siempre me voy de la lengua contigo?

Su padre se echó a reír.

—Que te lo pases bien y llámame después para contármelo. Y en cuanto a mi timbal de macarrones con queso, mételo en el congelador y tráemelo la próxima vez que vengas.

—No puedo, tengo que servirlo hoy. Mi amigo, que se llama Joe, ha incinerado las guarniciones y ha volado el pavo.

—¿Así ha conseguido que te quedes? Qué listo.

—No creo que lo hiciera a propósito —replicó con una carcajada—. Te quiero, papá. Dale a mamá un beso de mi parte. Y gracias por ser tan comprensivo.

—Pareces feliz, cariño... —dijo su padre—. Eso hace que me sienta más agradecido que nada de este mundo.

«Soy feliz», se dio cuenta Demi cuando cortó la llamada. Se sentía... eufórica. Sentó a Holly al asiento trasero del coche y se inclinó para abrocharle el cinturón de seguridad. Mientras ajustaba bien las cintas, recordó el fuego y el humo que había visto a través de la ventana de la cocina y fue incapaz de contener una carcajada.

—¿Te estás riendo porque mis tíos han volado el pavo? —preguntó Holly.

Demi asintió con la cabeza mientras intentaba, sin éxito, contener otra carcajada.

Holly comenzó a reírse. Sus ojos se encontraron y la niña dijo con inocencia:

—No sabía que los pavos volaban.

El comentario hizo que ambas se echaran a reír, y se abrazaron, entre carcajadas, hasta que Demi tuvo que secarse las lágrimas.

 

 

Cuando Demi y Holly volvieron a la casa, Joe y Kevin ya habían limpiado el desastre del patio trasero y estaban en la cocina, pelando patatas. Al ver a Demi, Joe se acercó a ella de inmediato para quitarle el pesado paquete que llevaba en las manos: un enorme recipiente de aluminio con pavo suficiente como para darle de comer a una familia de doce personas. Holly la seguía con un enorme tarro de salsa. El olor del pavo asado con salvia, ajo y albahaca se filtraba a través de la tapa.

—¿De dónde ha salido todo esto? —preguntó Joe, que dejó el recipiente en la encimera.

Demi lo miró con una sonrisa.

—Viene bien tener contactos. El yerno de Elizabeth tiene un restaurante en Roche Harbor Road y sirven menú de Acción de Gracias todo el día. Así que llamé y pedí pavo para llevar.

Joe apoyó una mano en la encimera y la observó con detenimiento. Recién duchado y afeitado, tenía un atractivo muy viril que provocó el despertar de sus sentidos.

Escuchar esa voz ronca le provocó un hormigueo en el estómago.

—¿Por qué no has cogido el ferry?

—He cambiado de opinión.

Joe inclinó la cabeza y la besó con ternura, pero de forma tan arrolladora que se ruborizó y se le aflojaron las rodillas. Mientras parpadeaba, Demi se dio cuenta de que Joe la había besado delante de su familia. Lo miró con el ceño fruncido y después clavó la vista más allá de su hombro para ver si los estaban mirando, pero Kevin estaba absorto pelando patatas y Nick se había puesto a preparar una ensalada en un enorme cuenco de madera. Holly estaba en el suelo con Winston, dejando que el perro lamiera la tapa del tarro de salsa.

—Holly, asegúrate de tirar esa tapa cuando Winston termine con ella —le dijo—. No vuelvas a ponérsela al tarro.

—Vale. Pero mi amigo Christian dice que la boca de un perro está mucho más limpia que la de un humano.

—Pregúntale a tu tío Joe —dijo Kevin— si prefiere besar a Demi o a Winston.

—Kevin —lo reprendió el aludido, pero su hermano se limitó a mirarlo con una sonrisa.

Con una risilla, Holly apartó la tapa de Winston y la tiró con mucha ceremonia al cubo de la basura.

Bajo la batuta de Demi, el grupo consiguió preparar una cena de Acción de Gracias bastante aceptable, incluido el timbal de macarrones con queso, un gratinado de patatas, guisantes salteados, ensalada, pavo y una salsa sencilla a base de picatostes, nueces y salvia.

Kevin abrió una botella de vino tinto y llenó copas para los adultos. Y con mucha pompa llenó una copa con zumo de mosto para Holly.

—Yo haré el primer brindis —dijo—. Por Demi, gracias por haber salvado el Día de Acción de Gracias. —Todos se sumaron al brindis.

Demi miró de reojo a Holly. La niña imitaba a su tío agitando el mosto en su copa y oliéndolo antes de catarlo. Vio que Joe también se había percatado del gesto y que estaba conteniendo una sonrisa. La escena incluso había logrado que el taciturno Nick sonriera.

—No podemos brindar sólo por mí —protestó Demi—. Tenemos que brindar por todos.

Joe alzó su copa.

—Por el triunfo de la esperanza sobre la experiencia —dijo, y todos volvieron a brindar.

Demi lo miró con una sonrisa. Un brindis perfecto, pensó, para lo que se había convertido en un día perfecto.

Después de la cena y de un postre que consistió en tarta y café para los adultos, y tarta y leche para Holly, recogieron los platos y la cocina, y guardaron las sobras en el frigorífico. Kevin encendió el televisor, encontró un partido de fútbol y se tumbó en una hamaca. Hasta arriba de comida, Holly se acurrucó en una esquina del sofá y se quedó dormida enseguida. Demi la arropó con una manta y se sentó junto a Joe en el otro extremo del sofá. Winston se fue a su cama, que estaba en un rincón, y se dejó caer con un gruñido encantado.

Aunque no le gustaba demasiado el fútbol, sí le gustaba el ritual de ver un partido el Día de Acción de Gracias. Le recordaba todas las festividades que había pasado con su padre y sus hermanos, mientras todos vociferaban, chillaban, gemían y protestaban las decisiones arbitrales.

Nick apareció en la puerta.

—Me voy ya —dijo.

—Quédate a ver el partido —replicó Kevin. —Nos hará falta ayuda para acabar con las sobras —añadió Joe.

Nick meneó la cabeza.

—Gracias, pero ya he cumplido con mi cuota familiar. Encantado de conocerte, Demi.

—Lo mismo digo.

Kevin puso los ojos en blanco después de que Nick se fuera.

—Va repartiendo alegría y felicidad por donde pasa.

—Dado que su matrimonio está haciendo aguas —comentó ella—, es normal que esté pasando por una etapa sombría.

El comentario pareció hacerles mucha gracia.

—Cariño, Nick está pasando una etapa sombría desde que tenía dos años —le aseguró Joe.

Al final, se descubrió acurrucada contra Joe. Su cuerpo era duro y cálido, y su hombro era el apoyo perfecto para descansar la cabeza. Vio el partido sin prestarle demasiada atención, ya que la pantalla se convirtió en una amalgama de colores borrosos mientras disfrutaba de la sensación de estar tan cerca de Joe.

—El timbal estaba incluso mejor de lo que había imaginado —le oyó decir.

—Lleva un ingrediente secreto.

—¿Cuál?

—No te lo diré a menos que tú me digas el tuyo.

—Tú primero —insistió él con voz risueña.

—Le añado un poquito de aceite de trufa a la salsa. Ahora dime qué le echas al café.

—Una pizca de azúcar de arce.

Joe le había cogido una mano y le acariciaba los nudillos con el pulgar. La inocente sensualidad de sus caricias le provocó un escalofrío, aunque logró disimularlo. Sentía una mezcla de placer y desesperación, ya que en su fuero interno reconocía que para ser una mujer que había decidido no involucrarse, había tomado un montón de decisiones bastante cuestionables de un tiempo a esa parte.

¿Qué fue lo que dijo Elizabeth? Que el problema llegaba cuando la sensación de estar tonteando desaparecía. Era imposible negar que había traspasado las barreras del tonteo, que lo suyo con Joe trascendía lo superficial. Podría enamorarse de él si se lo permitía. Podría quererlo loca, apasionada y destructivamente.

Joe era la trampa que se prometió evitar a toda costa.

—Tengo que irme —susurró.

—No, quédate. —Joe la miró a la cara y lo que vio en sus ojos hizo que le acariciara la mejilla con el gesto más dulce que podía imaginar—. ¿Qué pasa? —murmuró.

Demi meneó la cabeza e intento sonreír mientras se apartaba de él. Todos sus músculos se tensaron en protesta al abandonar el consuelo de su cercanía. Se acercó a Holly, que seguía durmiendo plácidamente, y se inclinó para darle un beso.

—¿Te vas? —preguntó Kevin, que se levantó de la hamaca.

—No hace falta que te levantes —le dijo, pero Kevin se le acercó y le dio un abrazo fraternal.

—Que sepas que si pierdes interés por mi hermano —le dijo Kevin con jovialidad—, soy una alternativa interesante.

Demi soltó una carcajada y meneó la cabeza.

 

 

Joe acompañó a Demi al exterior, embargado por el deseo, el compañerismo y la comprensión, todo ello teñido de cierta frustración. Entendía el conflicto interior de Demi, seguramente mejor de lo que ella creía. Y era consciente de que debía obligarla, con mucha delicadeza, a hacer algo para lo que ella no se consideraba preparada. Si se tratase de una cuestión de paciencia, le habría concedido todo el tiempo del mundo. Pero la paciencia no bastaría para lograr que Demi superara sus miedos.

La detuvo en el porche delantero, ya que quería hablar con ella unos minutos antes de quedar expuestos a la fría brisa nocturna.

—¿Mañana vas a estar en la juguetería? —le preguntó.

Demi asintió con la cabeza sin mirarlo a los ojos.

—Hasta después de Navidad hay mucho ajetreo.

—¿Qué te parece si cenamos una noche esta semana?

La pregunta la instó a mirarlo. Demi tenía una expresión tierna en los ojos y en los labios, un rictus triste.

—Joe, yo... —Se detuvo y tragó saliva.

Parecía tan desolada que la abrazó de forma instintiva, pero ella se tensó y colocó sus brazos entre ellos. Joe siguió abrazándola de todas formas. Las volutas de vaho de sus alientos se mezclaban en el aire.

—¿Cómo es que Kevin puede abrazarte y yo no? —susurró.

—Es un abrazo diferente —consiguió decir Demi.

Joe inclinó la cabeza hasta que sus frentes se tocaron.

—Porque me deseas —murmuró.

Demi no lo negó.

Pasó un buen rato antes de que Demi moviera los brazos y le rodeara la cintura.

—No soy lo que necesitas —dijo, aunque su voz quedaba amortiguada por el jersey—. Necesitas a alguien que pueda comprometerse contigo y con Holly. Alguien que pueda formar parte de vuestra familia.

—Pues hoy lo has hecho muy bien.

—Te he estado dando señales contradictorias. Lo sé. Y lo siento. —Suspiró antes de continuar con un deje burlón—: Al parecer eres demasiado tentador para mí.

—Pues cede a la tentación —le dijo en voz baja.

Joe la sintió estremecerse por la risa. Pero cuando Demi lo miró, conteniendo otra carcajada, se percató de que tenía los ojos llenos de lágrimas.

—Por Dios, ni se te ocurra —susurró. Una solitaria lágrima resbaló por su mejilla y él la atrapó con el pulgar—. Si no paras ahora mismo, tendré que hacerte el amor en este porche helado lleno de astillas.

Demi le enterró la cara en el pecho, inspiró hondo un par de veces y volvió a mirarlo a la cara.

—Seguramente te parezca cobarde —dijo—, pero sé cuáles son mis limitaciones. No sabes lo que pasé mientras veía a mi marido consumirse lentamente durante más de un año. Estuvo a punto de destruirme. No puedo volver a hacerlo. Nunca más. Ésa fue mi única oportunidad.

—Tuviste una oportunidad que se acabó poco después de que comenzara —señaló Joe, invadido por un anhelo impaciente y acicateado por el placer de tenerla entre sus brazos—. Tu matrimonio no tuvo ocasión de despegar. No tuvisteis una hipoteca, un perro, unos niños ni discusiones sobre quién tenía que encargarse de la colada. —Al ver la trémula curva de su labio inferior, fue incapaz de reprimir el impulso de besarla, aunque lo hizo con demasiada impulsividad y rapidez como para disfrutarlo—. Pero es mejor no hablar de eso ahora mismo. Vamos, te acompaño hasta el coche.

Los dos guardaron silencio de camino al coche. Demi se volvió para mirarlo a la cara y Joe se la tomó entre las manos y la besó de nuevo, aunque en esa ocasión dejó que el beso se alargara hasta que Demi gimió y empezó a devolvérselo.

Joe levantó la cabeza, le acarició esos rizos rebeldes y le dijo con voz ronca por la emoción:

—Estar sola no te garantiza la seguridad, Demi. Sólo te garantiza soledad.

Tras ese comentario, Demi se subió al coche y él le cerró la puerta despacio. Y poco después la vio alejarse por el camino.