—¡Madre mía! ¿Qué
es eso?
Nick clavó la
vista en la puerta trasera con expresión imperturbable.
—Creo que ha sido
el pavo.
La puerta trasera
se abrió de golpe y por ella entró una enorme figura envuelta en una nube de
humo. Era Joe, que llevaba gafas de seguridad y unos largos guantes acolchados
que le llegaban hasta los codos. Se acercó al fregadero, rebuscó en el armario
y sacó un extintor.
—¿Qué ha pasado?
—preguntó Nick.
—El pavo ha
explotado en cuanto lo hemos metido en la freidora.
—¿Lo habéis
descongelado antes?
—Ha estado dos
días descongelándose en el frigorífico —contestó Joe, recalcando la parte del
tiempo. Al ver a Demi, se quedó de piedra—. ¿Qué haces aquí?
—Eso no importa. ¿Kevin
está bien?
—De momento. Pero
no lo estará en cuanto le ponga las manos encima.
Se produjo otro
nuevo fogonazo en el exterior, acompañado por unos cuantos improperios.
—Será mucho mejor
que apagues el pavo —sugirió Nick.
Joe lo fulminó con
la mirada.
—¿Te refieres al
pajarraco o a Kevin? —Y desapareció rápidamente mientras cerraba la puerta al
salir.
Demi fue la
primera en hablar.
—Cualquier método
culinario que implique vestirse con protección de los pies a la cabeza...
—Lo sé.
Nick se frotó los
ojos. Parecía llevar bastante tiempo sin dormir bien.
Cuando dirigió la
mirada al reloj que había en la pared, Demi se dio cuenta de que si se marchaba
en ese preciso momento, tendría el tiempo justo para llegar al ferry.
Pensó en el Día de
Acción de Gracias en casa de sus padres, en las hordas de niños, en la cocina
abarrotada, en sus hermanos y sus respectivos cónyuges pelando, cortando y
mezclando ingredientes. Y después pensó en la larga y amena cena... y en la
conocida sensación de encontrarse sola rodeada por una multitud. Nadie la
necesitaba en casa de sus padres. En Viñedos Sotavento, en cambio, saltaba a la
vista que podría ser de cierta utilidad. Miró a Holly, que estaba apoyada en
ella, y le dio unas palmaditas en la espalda para tranquilizarla.
—Nick —preguntó—,
¿podrá funcionar el horno hoy?
—Dame media hora
—respondió él.
Demi se acercó al
frigorífico, lo abrió y vio que había leche, huevos, mantequilla y verduras
frescas. La alacena también estaba muy bien provista. Salvo por el pavo,
parecían tener todo lo necesario para preparar una cena de Acción de Gracias.
El problema era que no sabían qué hacer con todo eso.
—Holly, cariño, ve
a por tu chaqueta —le dijo a la niña—. Te vienes conmigo.
—¿Adónde vamos?
—A hacer un par de
recados.
Cuando la niña se
fue en busca de su chaqueta, Demi le dijo a Nick:
—La traeré
enseguida.
—A lo mejor ya no
estoy aquí —replicó él—. En cuanto arregle esto, me vuelvo a mi casa.
—¿Vas a pasar el
Día de Acción de Gracias con tu mujer?
—No, mi mujer está
en San Diego con su familia. Nos estamos divorciando. Tengo planeado pasar el
día bebiendo hasta que me sienta tan feliz como cuando era soltero.
—Lo siento —dijo Demi,
y lo decía de corazón.
Nick se encogió de
hombros.
—El matrimonio es
una mierda —dijo con voz fría—. Cuando nos casamos, sabía que teníamos un
cincuenta por ciento de probabilidades de que funcionara.
Demi lo miró con
expresión pensativa.
—No creo que uno
deba casarse a menos que esté seguro al cien por cien.
—Eso no es
realista.
—No —admitió ella
con una media sonrisa—. Pero es un buen comienzo. —Se volvió hacia Holly, que
había regresado con su chaqueta.
—Antes de irte,
¿podrías hacer algo con ese perro? —le preguntó Nick antes de lanzarle una
mirada asesina a Winston, que estaba
sentado tan tranquilo.
—¿Te molesta?
—Cuando me mira
con esos ojos de desquiciado, me entran ganas de vacunarme o algo.
—Así es como Winston mira a la gente, tío Nick —le
explicó Holly—. Eso quiere decir que le gustas.
Demi cogió a Holly
de la mano, salió de la casa y pulsó una tecla de marcación rápida en su móvil
de camino al coche. Contestaron de inmediato.
—Feliz Día de
Acción de Gracias —escuchó que decía su padre.
Demi sonrió al oír
los ruidos tan conocidos de fondo, una mezcla de ladridos, llantos de bebé,
golpes de platos y cazuelas, y la melodía de Perry Como y su «En casa de
vacaciones».
—Hola, papá. Feliz
Acción de Gracias a ti también.
—¿Vienes de
camino?
—Pues no. Y me
estaba preguntando... ¿crees que este año podríais pasar sin mi timbal de
macarrones con queso?
—Depende. ¿Por qué
tendría que conformarme y pasar sin él?
—Estaba pensando
en pasar Acción de Gracias con unos amigos, aquí en la isla.
—¿Uno de esos
amigos es quizá don Trayecto en Ferry?
Demi sonrió a su
pesar.
—¿Por qué siempre
me voy de la lengua contigo?
Su padre se echó a
reír.
—Que te lo pases
bien y llámame después para contármelo. Y en cuanto a mi timbal de macarrones
con queso, mételo en el congelador y tráemelo la próxima vez que vengas.
—No puedo, tengo
que servirlo hoy. Mi amigo, que se llama Joe, ha incinerado las guarniciones y
ha volado el pavo.
—¿Así ha
conseguido que te quedes? Qué listo.
—No creo que lo
hiciera a propósito —replicó con una carcajada—. Te quiero, papá. Dale a mamá
un beso de mi parte. Y gracias por ser tan comprensivo.
—Pareces feliz,
cariño... —dijo su padre—. Eso hace que me sienta más agradecido que nada de
este mundo.
«Soy feliz», se
dio cuenta Demi cuando cortó la llamada. Se sentía... eufórica. Sentó a Holly
al asiento trasero del coche y se inclinó para abrocharle el cinturón de
seguridad. Mientras ajustaba bien las cintas, recordó el fuego y el humo que
había visto a través de la ventana de la cocina y fue incapaz de contener una
carcajada.
—¿Te estás riendo
porque mis tíos han volado el pavo? —preguntó Holly.
Demi asintió con
la cabeza mientras intentaba, sin éxito, contener otra carcajada.
Holly comenzó a
reírse. Sus ojos se encontraron y la niña dijo con inocencia:
—No sabía que los
pavos volaban.
El comentario hizo
que ambas se echaran a reír, y se abrazaron, entre carcajadas, hasta que Demi
tuvo que secarse las lágrimas.
Cuando Demi y
Holly volvieron a la casa, Joe y Kevin ya habían limpiado el desastre del patio
trasero y estaban en la cocina, pelando patatas. Al ver a Demi, Joe se acercó a
ella de inmediato para quitarle el pesado paquete que llevaba en las manos: un
enorme recipiente de aluminio con pavo suficiente como para darle de comer a
una familia de doce personas. Holly la seguía con un enorme tarro de salsa. El
olor del pavo asado con salvia, ajo y albahaca se filtraba a través de la tapa.
—¿De dónde ha
salido todo esto? —preguntó Joe, que dejó el recipiente en la encimera.
Demi lo miró con
una sonrisa.
—Viene bien tener
contactos. El yerno de Elizabeth tiene un restaurante en Roche Harbor Road y
sirven menú de Acción de Gracias todo el día. Así que llamé y pedí pavo para
llevar.
Joe apoyó una mano
en la encimera y la observó con detenimiento. Recién duchado y afeitado, tenía
un atractivo muy viril que provocó el despertar de sus sentidos.
Escuchar esa voz
ronca le provocó un hormigueo en el estómago.
—¿Por qué no has
cogido el ferry?
—He cambiado de opinión.
Joe inclinó la
cabeza y la besó con ternura, pero de forma tan arrolladora que se ruborizó y
se le aflojaron las rodillas. Mientras parpadeaba, Demi se dio cuenta de que Joe
la había besado delante de su familia. Lo miró con el ceño fruncido y después
clavó la vista más allá de su hombro para ver si los estaban mirando, pero Kevin
estaba absorto pelando patatas y Nick se había puesto a preparar una ensalada
en un enorme cuenco de madera. Holly estaba en el suelo con Winston, dejando que el perro lamiera la
tapa del tarro de salsa.
—Holly, asegúrate
de tirar esa tapa cuando Winston
termine con ella —le dijo—. No vuelvas a ponérsela al tarro.
—Vale. Pero mi
amigo Christian dice que la boca de un perro está mucho más limpia que la de un
humano.
—Pregúntale a tu
tío Joe —dijo Kevin— si prefiere besar a Demi o a Winston.
—Kevin —lo
reprendió el aludido, pero su hermano se limitó a mirarlo con una sonrisa.
Con una risilla,
Holly apartó la tapa de Winston y la
tiró con mucha ceremonia al cubo de la basura.
Bajo la batuta de Demi,
el grupo consiguió preparar una cena de Acción de Gracias bastante aceptable,
incluido el timbal de macarrones con queso, un gratinado de patatas, guisantes
salteados, ensalada, pavo y una salsa sencilla a base de picatostes, nueces y
salvia.
Kevin abrió una
botella de vino tinto y llenó copas para los adultos. Y con mucha pompa llenó
una copa con zumo de mosto para Holly.
—Yo haré el primer
brindis —dijo—. Por Demi, gracias por haber salvado el Día de Acción de
Gracias. —Todos se sumaron al brindis.
Demi miró de reojo
a Holly. La niña imitaba a su tío agitando el mosto en su copa y oliéndolo
antes de catarlo. Vio que Joe también se había percatado del gesto y que estaba
conteniendo una sonrisa. La escena incluso había logrado que el taciturno Nick
sonriera.
—No podemos
brindar sólo por mí —protestó Demi—. Tenemos que brindar por todos.
Joe alzó su copa.
—Por el triunfo de
la esperanza sobre la experiencia —dijo, y todos volvieron a brindar.
Demi lo miró con
una sonrisa. Un brindis perfecto, pensó, para lo que se había convertido en un
día perfecto.
Después de la cena
y de un postre que consistió en tarta y café para los adultos, y tarta y leche
para Holly, recogieron los platos y la cocina, y guardaron las sobras en el
frigorífico. Kevin encendió el televisor, encontró un partido de fútbol y se
tumbó en una hamaca. Hasta arriba de comida, Holly se acurrucó en una esquina
del sofá y se quedó dormida enseguida. Demi la arropó con una manta y se sentó
junto a Joe en el otro extremo del sofá. Winston
se fue a su cama, que estaba en un rincón, y se dejó caer con un gruñido
encantado.
Aunque no le
gustaba demasiado el fútbol, sí le gustaba el ritual de ver un partido el Día
de Acción de Gracias. Le recordaba todas las festividades que había pasado con
su padre y sus hermanos, mientras todos vociferaban, chillaban, gemían y
protestaban las decisiones arbitrales.
Nick apareció en
la puerta.
—Me voy ya —dijo.
—Quédate a ver el
partido —replicó Kevin. —Nos hará falta ayuda para acabar con las sobras
—añadió Joe.
Nick meneó la
cabeza.
—Gracias, pero ya
he cumplido con mi cuota familiar. Encantado de conocerte, Demi.
—Lo mismo digo.
Kevin puso los
ojos en blanco después de que Nick se fuera.
—Va repartiendo
alegría y felicidad por donde pasa.
—Dado que su
matrimonio está haciendo aguas —comentó ella—, es normal que esté pasando por
una etapa sombría.
El comentario
pareció hacerles mucha gracia.
—Cariño, Nick está
pasando una etapa sombría desde que tenía dos años —le aseguró Joe.
Al final, se
descubrió acurrucada contra Joe. Su cuerpo era duro y cálido, y su hombro era
el apoyo perfecto para descansar la cabeza. Vio el partido sin prestarle
demasiada atención, ya que la pantalla se convirtió en una amalgama de colores
borrosos mientras disfrutaba de la sensación de estar tan cerca de Joe.
—El timbal estaba
incluso mejor de lo que había imaginado —le oyó decir.
—Lleva un
ingrediente secreto.
—¿Cuál?
—No te lo diré a
menos que tú me digas el tuyo.
—Tú primero
—insistió él con voz risueña.
—Le añado un
poquito de aceite de trufa a la salsa. Ahora dime qué le echas al café.
—Una pizca de
azúcar de arce.
Joe le había
cogido una mano y le acariciaba los nudillos con el pulgar. La inocente
sensualidad de sus caricias le provocó un escalofrío, aunque logró disimularlo.
Sentía una mezcla de placer y desesperación, ya que en su fuero interno
reconocía que para ser una mujer que había decidido no involucrarse, había
tomado un montón de decisiones bastante cuestionables de un tiempo a esa parte.
¿Qué fue lo que
dijo Elizabeth? Que el problema llegaba cuando la sensación de estar tonteando
desaparecía. Era imposible negar que había traspasado las barreras del tonteo,
que lo suyo con Joe trascendía lo superficial. Podría enamorarse de él si se lo
permitía. Podría quererlo loca, apasionada y destructivamente.
Joe era la trampa
que se prometió evitar a toda costa.
—Tengo que irme
—susurró.
—No, quédate. —Joe
la miró a la cara y lo que vio en sus ojos hizo que le acariciara la mejilla
con el gesto más dulce que podía imaginar—. ¿Qué pasa? —murmuró.
Demi meneó la
cabeza e intento sonreír mientras se apartaba de él. Todos sus músculos se
tensaron en protesta al abandonar el consuelo de su cercanía. Se acercó a
Holly, que seguía durmiendo plácidamente, y se inclinó para darle un beso.
—¿Te vas?
—preguntó Kevin, que se levantó de la hamaca.
—No hace falta que
te levantes —le dijo, pero Kevin se le acercó y le dio un abrazo fraternal.
—Que sepas que si
pierdes interés por mi hermano —le dijo Kevin con jovialidad—, soy una
alternativa interesante.
Demi soltó una
carcajada y meneó la cabeza.
Joe acompañó a Demi
al exterior, embargado por el deseo, el compañerismo y la comprensión, todo
ello teñido de cierta frustración. Entendía el conflicto interior de Demi,
seguramente mejor de lo que ella creía. Y era consciente de que debía
obligarla, con mucha delicadeza, a hacer algo para lo que ella no se
consideraba preparada. Si se tratase de una cuestión de paciencia, le habría
concedido todo el tiempo del mundo. Pero la paciencia no bastaría para lograr
que Demi superara sus miedos.
La detuvo en el
porche delantero, ya que quería hablar con ella unos minutos antes de quedar
expuestos a la fría brisa nocturna.
—¿Mañana vas a
estar en la juguetería? —le preguntó.
Demi asintió con
la cabeza sin mirarlo a los ojos.
—Hasta después de
Navidad hay mucho ajetreo.
—¿Qué te parece si
cenamos una noche esta semana?
La pregunta la
instó a mirarlo. Demi tenía una expresión tierna en los ojos y en los labios,
un rictus triste.
—Joe, yo... —Se
detuvo y tragó saliva.
Parecía tan
desolada que la abrazó de forma instintiva, pero ella se tensó y colocó sus
brazos entre ellos. Joe siguió abrazándola de todas formas. Las volutas de vaho
de sus alientos se mezclaban en el aire.
—¿Cómo es que Kevin
puede abrazarte y yo no? —susurró.
—Es un abrazo
diferente —consiguió decir Demi.
Joe inclinó la
cabeza hasta que sus frentes se tocaron.
—Porque me deseas
—murmuró.
Demi no lo negó.
Pasó un buen rato
antes de que Demi moviera los brazos y le rodeara la cintura.
—No soy lo que
necesitas —dijo, aunque su voz quedaba amortiguada por el jersey—. Necesitas a
alguien que pueda comprometerse contigo y con Holly. Alguien que pueda formar
parte de vuestra familia.
—Pues hoy lo has
hecho muy bien.
—Te he estado
dando señales contradictorias. Lo sé. Y lo siento. —Suspiró antes de continuar
con un deje burlón—: Al parecer eres demasiado tentador para mí.
—Pues cede a la
tentación —le dijo en voz baja.
Joe la sintió
estremecerse por la risa. Pero cuando Demi lo miró, conteniendo otra carcajada,
se percató de que tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Por Dios, ni se
te ocurra —susurró. Una solitaria lágrima resbaló por su mejilla y él la atrapó
con el pulgar—. Si no paras ahora mismo, tendré que hacerte el amor en este
porche helado lleno de astillas.
Demi le enterró la
cara en el pecho, inspiró hondo un par de veces y volvió a mirarlo a la cara.
—Seguramente te
parezca cobarde —dijo—, pero sé cuáles son mis limitaciones. No sabes lo que
pasé mientras veía a mi marido consumirse lentamente durante más de un año.
Estuvo a punto de destruirme. No puedo volver a hacerlo. Nunca más. Ésa fue mi
única oportunidad.
—Tuviste una
oportunidad que se acabó poco después de que comenzara —señaló Joe, invadido
por un anhelo impaciente y acicateado por el placer de tenerla entre sus
brazos—. Tu matrimonio no tuvo ocasión de despegar. No tuvisteis una hipoteca,
un perro, unos niños ni discusiones sobre quién tenía que encargarse de la
colada. —Al ver la trémula curva de su labio inferior, fue incapaz de reprimir
el impulso de besarla, aunque lo hizo con demasiada impulsividad y rapidez como
para disfrutarlo—. Pero es mejor no hablar de eso ahora mismo. Vamos, te
acompaño hasta el coche.
Los dos guardaron
silencio de camino al coche. Demi se volvió para mirarlo a la cara y Joe se la
tomó entre las manos y la besó de nuevo, aunque en esa ocasión dejó que el beso
se alargara hasta que Demi gimió y empezó a devolvérselo.
Joe levantó la
cabeza, le acarició esos rizos rebeldes y le dijo con voz ronca por la emoción:
—Estar sola no te
garantiza la seguridad, Demi. Sólo te garantiza soledad.
Tras ese
comentario, Demi se subió al coche y él le cerró la puerta despacio. Y poco
después la vio alejarse por el camino.