Joseph cerró los ojos un segundo.
–¿Llevabas
un gorro muy tonto? –preguntó.
Demi
parpadeó.
–¿Qué?
La
imagen seguía siendo borrosa.
–Tenía
orejas.
–Orejas
colgantes de perro –asintió ella–. Tenía tres, pero ese era mi favorito. Eran
gorros de invierno donados por alguien.
Joseph
sonrió.
–Era
mayo.
–Te
acuerdas.
–Le
pregunté a Selena por ti –él la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí–. Creí
que eras menor de edad. Con aquellas coletas aparentabas dieciséis años.
–No,
tenía dieciocho. No puedo creer que te acuerdes.
Joseph
bajó la cabeza e inhaló el champú de lavanda.
–La
siguiente vez que te vi no tenías el mismo aspecto.
–Selena
me llevó a mi primer cambio de imagen.
Él
le dio un beso en la sien.
–Entonces
tenías dieciocho años y yo veinte. No estábamos preparados para esto –le
acarició la barbilla con el pulgar–. No me será fácil hablar de las pesadillas,
pero estoy dispuesto a intentarlo. Tendrás que trabajar conmigo en eso y en un
par de cosas más. Ser menos protector tampoco será fácil y sé que discutiremos
por eso. Puedo ser…
–Yo
también puedo ser… –ella le dio un beso–. Pero nos hemos enamorado, ¿no?
–Más
vale que estés segura –le advirtió él–. Porque una vez que digas que eres mía,
lo serás para siempre. Tendremos que trabajar en ello todos los días, pero…
–Lo
haremos. Te quiero, Joe, así que, si necesitas que lo diga, sí, soy tuya
–suspiró–. No puedo renunciar ahora a lo de París.
–No
quiero que lo hagas. ¿Cuánto tiempo estarás fuera?
–Tres
meses.
–Pues
considéralo de este modo. Tendremos más oportunidades para sexo telefónico y
visitas conyugales.
–El
mes que viene vendré a la boda de Selena –le recordó ella.
–Y
supongo que yo puedo ir varios días a París antes y después de eso –bajó la
cabeza–. ¿Cuánto tiempo tenemos?
–Dos
días.
Joseph
señaló la casa.
–Están
todos en la ventana, ¿verdad?
Demi
miró de soslayo.
–Sí.
–¿Quieres
ver lo deprisa que hago que se muevan? –él sonrió–. Tú quédate aquí. Enseguida
vuelvo.
Se
volvió y corrió hacia la casa y Demi miró la ventana y se rio. Se mordió el
labio inferior y agitó la falda con delicadeza mientras esperaba a que
volviera. Nunca había sido tan feliz. Joe la amaba. ¿Cómo podía haber tenido
miedo de algo tan maravilloso?
–¿Me
has echado de menos? –preguntó él. Hincó una rodilla en tierra.
–¿Qué
haces?
Él
enarcó las cejas.
–¿Crees
que voy a dejar que te vayas a París sin que todos sepan que eres mía?
–Voy
a volver.
–Y
cuando vuelvas, pasaremos el resto de nuestra vida juntos, ¿verdad?
–Sí.
Él
sacó una cajita del bolsillo.
–Esto
es lo que anuncia al mundo estas cosas.
Demi
abrió mucho los ojos.
–¿Has
comprado un anillo?
–¿Crees
que puedes callarte un minuto?
–Sí.
Cuando
él volvió a hablar, su voz sonaba impregnada de sinceridad.
– Demetria
Devonne Lovato. Has sido un miembro adoptado de esta familia desde hace tiempo.
Quiero darte oficialmente mi apellido. Te quiero, Demi. ¿Quieres casarte
conmigo?
Demi
asintió frenéticamente con la cabeza.
–Sí
–se inclinó a besarlo–. Sí, sí, sí.
Joseph
se incorporó y se abrazaron. Él señaló la cajita.
–Puedes
dar las gracias a la abuela Jonas y a que yo era su nieto favorito después de
que rescatara a su gato de un árbol a los siete años. Puede que necesites que
te lo arreglen, pero… –le puso el anillo en el dedo–. O puede que no.
Demi
sonrió al zafiro, del mismo color que los ojos de él cuando se oscurecían.
–Me
vale.
–¿Estás
lista para volver a entrar? Cuanto antes terminemos la comida, antes podremos
irnos a la cama.
–Yo
ya estoy en el postre –le recordó ella–. Come deprisa.
En
la casa los recibió un silencio sospechoso cuando entraron y Joe le quitó el
abrigo a Demi y lo colgó en el perchero. Su madre fue la primera en romperlo.
–Moveos
todos. Hacedle un sitio a Demi al lado de Joe.
La
familia obedeció. Demi había visto pasar aquello con la esposa de Johnnie y
cuando Selena llevó a Blake a casa, pero nunca había pensado que un día lo
harían por ella. Era casi demasiado. Sentada al lado del hombre con el que iba
a pasar su vida, miró los rostros de las personas que quería y que actuaban como
si no hubiera pasado nada fuera de lo normal.
Se
contuvo bastante bien hasta que llegó a Selena y no pudo reprimir las lágrimas.
–Gracias
–murmuró.
–A
Selena le brillaron los ojos y tendió la mano, en la que Blake le puso una
servilleta.
Joe
movió la cabeza y miró de hito en hito a su hermana.
–Deja
de hacer llorar a mi prometida.
Después
de eso, ya empezaron todos a hablar.
–Has
perdido tu oportunidad, Ty.
–Esto
no termina hasta que ella diga «sí quiero».
–Yo
no pienso vestirme de mono dos veces en un año.
–Tú
harás lo que te digan, Nicolas Jonas. dijo Denise
Joe
se inclinó a darle un beso rápido a Demi. Ella suspiró de felicidad cuando le
pasaron un trozo de tarta de queso. Al final, y contra todo pronóstico, sí se
había mudado el hombre ideal al apartamento de enfrente.
Fin...