Dejar al hombre que amaba.
Porque
no había duda. Lo amaba.
Aunque
no tenía sentido creer que él sentía lo mismo. Movió la cabeza y reprimió las
lágrimas que deseaba desesperadamente derramar. En seis días se iría a París.
Fin
de la historia.
~*~* ~*~* ~*~* ~*~* ~*~* ~*~* ~*~
«Zapatos nuevos, postres, noches fuera; ¿qué
tienen en común? Cuando hay más de una opción disponible, no hay nada peor que
tener que elegir».
EL
ESCENARIO de su pesadilla no fue ninguna sorpresa después de los sucesos del
supermercado. Pero el resultado sí fue distinto.
Sonó
un disparo.
Joseph
la miró. Sabía que ella podía ver la agonía en su rostro, pero luchó por
ocultársela. Ella tendió los brazos hacia él y empezó a llorar, intentando
parar con los dedos el flujo de sangre.
–No
pasa nada –dijo él.
–No
te vayas –musitó ella.
El
dolor le invadió el alma. Demi se despertó hecha una bola, con las lágrimas empapando
la almohada. Era la primera pesadilla que tenía. ¿Cómo había podido soportar él
tantas? ¡Era tan valiente…!
Contuvo
el aliento y parpadeó en la oscuridad, escuchando los sonidos a través de la
pared. El grito le partió el corazón. Tenía que ir con él. No tenía opción.
Él
gritaba su nombre.
Cuando
Joseph abrió la puerta, ella, en bata, lo observó un momento, hizo una mueca
ante su pecho desnudo, se mordió el labio inferior y respiró hondo.
–No
puedo seguir así –confesó con voz quebrada. Entró en el apartamento–. Tenemos
que hablar.
Hablar
era lo último que él quería hacer. Frunció el ceño.
–Tú
tenías que estar con Selena.
–Quería
dormir en mi cama. Prepárame un café.
–No
pienso hacer café –él miró su reloj–. Son las cuatro de la mañana.
–Vamos
a hablar de esto.
–No,
no vamos.
–Sí
vamos –insistió ella–. Si no hablas, todo se queda encerrado en tu cabeza y no
se va hagas lo que hagas. Creo que ya lo sabes.
Joseph
lo sabía. Le había dicho algo parecido a Jack. Pero presionarlo cuando ya
estaba huyendo no era lo más acertado.
Desde
su punto de vista, ella hacía bien en alejarse lo más posible de él. Una mujer
inteligente como ella no tardaría mucho en descubrir que él la necesitaba en su
vida mucho más que a la inversa. Y puesto que no tenía intención de quedarse
hasta que se produjera esa revelación, debería darle las gracias por haberse
adelantado.
–¿Sabes
que has gritado mi nombre esta noche? –preguntó ella.
–Sí.
–¿Recuerdas
todos los detalles de las pesadillas cuando despiertas?
–Sí.
Ella
suspiró.
–Ponte
una camiseta. Yo haré el café.
Joseph
aprovechó para ganar tiempo y lavarse la cara. Cuando volvió, ella le pasó una
taza de café.
–Deberías
tomarlo descafeinado.
–¿Qué
sentido tiene tomar café si no lleva cafeína?
Ella
sonrió.
–¿Las
pesadillas siempre son peores después de tu coma de ocho horas?
–Es
una especie de venganza.
Ella
bajó la vista a su taza.
–¿Las
tenías cuando estabas destinado fuera del país?
–Dormía
como un tronco.
–Eso
explica por qué te gustaría volver.
–En
parte –asintió él.
–¿Qué
me pasaba a mí en esta? –preguntó ella.
Joseph
apretó los labios.
–No
vamos a hablar de eso –dijo–. No puedo.
Ella
habló con suavidad.
–Sí
puedes.
–No
–corrigió él–. No quiero.
–No
quieres conmigo.
–No
quiero contigo –a él le costaba mirarla a los ojos, pero se obligó a hacerlo.
Ella
se puso tensa.
–Tú
no pensabas hablarme nunca de esto, ¿verdad?
–No.
La
sensación de traición de ella casi resultaba palpable. Mientras que ella le
había confiado su cuerpo y algunos de sus recuerdos mejor guardados, él solo se
había entregado en el dormitorio y en nada más.
Bajó
la vista y Joseph la miró. ¡Era tan hermosa…! ¡Tan frágil de cuerpo pero tan
fuerte de espíritu…! Si lo necesitaba tanto como él a ella, si lo quería la
mitad que él a ella, quizá…
Ella
carraspeó.
–Lo
de París… No quería decírtelo de ese modo.
–Me
alegra saberlo.
Ella
se encogió de hombros.
–Ha
sido mi sueño durante mucho tiempo. He querido ir allí desde que empecé a
trabajar en la revista –se metió un mechón de pelo detrás de la oreja–. A nivel
profesional, es una oportunidad de oro.
Joseph
exhaló el aliento que estaba reteniendo.
–No
tenía que ir este año –prosiguió ella–. La chica que iba a ir se ha roto una
pierna y si lo hubiera sabido…
–¿Cuándo
te enteraste? –preguntó él.
–El
día que hicimos el amor por primera vez.
–Eso
era lo que te preocupaba –comentó Joseph.
–Entre
otras cosas –asintió ella–. Quería decírtelo, pero no podía…
¿No
podía hacerle eso por si él le suplicaba que se quedara?
Joseph
se llevó la taza de café a los labios.
–¿Qué
más cosas no me has dicho?
–No
hagas eso –le advirtió ella–. Podía haberte dejado una nota, pero estoy aquí
intentando hacer lo que tú no haces: hablar.
–Si
quieres irte, vete.
–Lo
dices como si creyera que necesito tu permiso.
Él
frunció los labios.
–Es
mejor que no lo necesites. No dudaste nada al aceptar la oferta, ¿verdad? –él
se inclinó hacia ella–. He oído que las parejas que comparten algo más que un
sexo espectacular comentan una decisión de ese tipo.
Demi
apartó la vista.
–¿Por
qué tengo de pronto la impresión de que esto es culpa mía y no tiene nada que
ver contigo? ¿Cómo ha ocurrido? –enarcó las cejas–. Si has terminado de interpretar
al amante despechado, quizá puedas empezar a ser sincero conmigo. Los dos
dijimos que no buscábamos nada serio. Acordamos que veríamos adónde nos llevaba
esto y que no nos enamoraríamos. ¿Ha cambiado algo de eso para ti?
–¿Ha
cambiado para ti?
–Yo
he preguntado primero. ¿Crees que es fácil para mí? ¿Crees que lo que pasó
anoche me resulta fácil? Me voy a París, eso no va a cambiar. Pero si hay algo
que quieras decirme antes de que me vaya…
Joseph
recurrió a todo su entrenamiento para mirarla a los ojos y decir:
–No
lo hay.
Hubo
un silencio.
–Entonces
es todo –ella lo miró un momento–. Tengo que irme.
Joseph
quizá habría tenido fuerzas para dejar el tema así si ella no lo hubiera mirado
al levantarse. Lo hizo como si no pudiera evitarlo, con el ceño fruncido
revelando su irritación. Pero esa breve mirada mostró vulnerabilidad suficiente
para atravesar a Joseph como un puñal. Comprendió de pronto lo que había
querido de él en la puerta del supermercado.
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