domingo, 14 de abril de 2013

┊εїз*~ El Hombre Ideal Cap: 25 *~┊εїз




Dejar al hombre que amaba.
        Porque no había duda. Lo amaba.
        Aunque no tenía sentido creer que él sentía lo mismo. Movió la cabeza y reprimió las lágrimas que deseaba desesperadamente derramar. En seis días se iría a París.
        Fin de la historia.
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        «Zapatos nuevos, postres, noches fuera; ¿qué tienen en común? Cuando hay más de una opción disponible, no hay nada peor que tener que elegir».
        EL ESCENARIO de su pesadilla no fue ninguna sorpresa después de los sucesos del supermercado. Pero el resultado sí fue distinto.
        Sonó un disparo.
        Joseph la miró. Sabía que ella podía ver la agonía en su rostro, pero luchó por ocultársela. Ella tendió los brazos hacia él y empezó a llorar, intentando parar con los dedos el flujo de sangre.
        –No pasa nada –dijo él.
        –No te vayas –musitó ella.
        El dolor le invadió el alma. Demi se despertó hecha una bola, con las lágrimas empapando la almohada. Era la primera pesadilla que tenía. ¿Cómo había podido soportar él tantas? ¡Era tan valiente…!
        Contuvo el aliento y parpadeó en la oscuridad, escuchando los sonidos a través de la pared. El grito le partió el corazón. Tenía que ir con él. No tenía opción.
        Él gritaba su nombre.
        Cuando Joseph abrió la puerta, ella, en bata, lo observó un momento, hizo una mueca ante su pecho desnudo, se mordió el labio inferior y respiró hondo.
        –No puedo seguir así –confesó con voz quebrada. Entró en el apartamento–. Tenemos que hablar.
        Hablar era lo último que él quería hacer. Frunció el ceño.
        –Tú tenías que estar con Selena.
        –Quería dormir en mi cama. Prepárame un café.
        –No pienso hacer café –él miró su reloj–. Son las cuatro de la mañana.
        –Vamos a hablar de esto.
        –No, no vamos.
        –Sí vamos –insistió ella–. Si no hablas, todo se queda encerrado en tu cabeza y no se va hagas lo que hagas. Creo que ya lo sabes.
        Joseph lo sabía. Le había dicho algo parecido a Jack. Pero presionarlo cuando ya estaba huyendo no era lo más acertado.
        Desde su punto de vista, ella hacía bien en alejarse lo más posible de él. Una mujer inteligente como ella no tardaría mucho en descubrir que él la necesitaba en su vida mucho más que a la inversa. Y puesto que no tenía intención de quedarse hasta que se produjera esa revelación, debería darle las gracias por haberse adelantado.
        –¿Sabes que has gritado mi nombre esta noche? –preguntó ella.
        –Sí.
        –¿Recuerdas todos los detalles de las pesadillas cuando despiertas?
        –Sí.
        Ella suspiró.
        –Ponte una camiseta. Yo haré el café.
        Joseph aprovechó para ganar tiempo y lavarse la cara. Cuando volvió, ella le pasó una taza de café.
        –Deberías tomarlo descafeinado.
        –¿Qué sentido tiene tomar café si no lleva cafeína?
        Ella sonrió.
        –¿Las pesadillas siempre son peores después de tu coma de ocho horas?
        –Es una especie de venganza.
        Ella bajó la vista a su taza.
        –¿Las tenías cuando estabas destinado fuera del país?
        –Dormía como un tronco.
        –Eso explica por qué te gustaría volver.
        –En parte –asintió él.
        –¿Qué me pasaba a mí en esta? –preguntó ella.
        Joseph apretó los labios.
        –No vamos a hablar de eso –dijo–. No puedo.
        Ella habló con suavidad.
        –Sí puedes.
        –No –corrigió él–. No quiero.
        –No quieres conmigo.
        –No quiero contigo –a él le costaba mirarla a los ojos, pero se obligó a hacerlo.
        Ella se puso tensa.
        –Tú no pensabas hablarme nunca de esto, ¿verdad?
        –No.
        La sensación de traición de ella casi resultaba palpable. Mientras que ella le había confiado su cuerpo y algunos de sus recuerdos mejor guardados, él solo se había entregado en el dormitorio y en nada más.
        Bajó la vista y Joseph la miró. ¡Era tan hermosa…! ¡Tan frágil de cuerpo pero tan fuerte de espíritu…! Si lo necesitaba tanto como él a ella, si lo quería la mitad que él a ella, quizá…
        Ella carraspeó.
        –Lo de París… No quería decírtelo de ese modo.
        –Me alegra saberlo.
        Ella se encogió de hombros.
        –Ha sido mi sueño durante mucho tiempo. He querido ir allí desde que empecé a trabajar en la revista –se metió un mechón de pelo detrás de la oreja–. A nivel profesional, es una oportunidad de oro.
        Joseph exhaló el aliento que estaba reteniendo.
        –No tenía que ir este año –prosiguió ella–. La chica que iba a ir se ha roto una pierna y si lo hubiera sabido…
        –¿Cuándo te enteraste? –preguntó él.
        –El día que hicimos el amor por primera vez.
        –Eso era lo que te preocupaba –comentó Joseph.
        –Entre otras cosas –asintió ella–. Quería decírtelo, pero no podía…
        ¿No podía hacerle eso por si él le suplicaba que se quedara?
        Joseph se llevó la taza de café a los labios.
        –¿Qué más cosas no me has dicho?
        –No hagas eso –le advirtió ella–. Podía haberte dejado una nota, pero estoy aquí intentando hacer lo que tú no haces: hablar.
        –Si quieres irte, vete.
        –Lo dices como si creyera que necesito tu permiso.
        Él frunció los labios.
        –Es mejor que no lo necesites. No dudaste nada al aceptar la oferta, ¿verdad? –él se inclinó hacia ella–. He oído que las parejas que comparten algo más que un sexo espectacular comentan una decisión de ese tipo.
        Demi apartó la vista.
        –¿Por qué tengo de pronto la impresión de que esto es culpa mía y no tiene nada que ver contigo? ¿Cómo ha ocurrido? –enarcó las cejas–. Si has terminado de interpretar al amante despechado, quizá puedas empezar a ser sincero conmigo. Los dos dijimos que no buscábamos nada serio. Acordamos que veríamos adónde nos llevaba esto y que no nos enamoraríamos. ¿Ha cambiado algo de eso para ti?
        –¿Ha cambiado para ti?
        –Yo he preguntado primero. ¿Crees que es fácil para mí? ¿Crees que lo que pasó anoche me resulta fácil? Me voy a París, eso no va a cambiar. Pero si hay algo que quieras decirme antes de que me vaya…
        Joseph recurrió a todo su entrenamiento para mirarla a los ojos y decir:
        –No lo hay.
        Hubo un silencio.
        –Entonces es todo –ella lo miró un momento–. Tengo que irme.
        Joseph quizá habría tenido fuerzas para dejar el tema así si ella no lo hubiera mirado al levantarse. Lo hizo como si no pudiera evitarlo, con el ceño fruncido revelando su irritación. Pero esa breve mirada mostró vulnerabilidad suficiente para atravesar a Joseph como un puñal. Comprendió de pronto lo que había querido de él en la puerta del supermercado.

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