Se quedó quieto y miró a su
izquierda.
–¡No
te muevas!
Joseph
identificó el arma con la que apuntaban al hombre que se hallaba detrás del
mostrador y miró a los ojos del atracador que la sostenía.
–Tranquilo
–dijo–. No tiene por qué pasar nada.
–¿Ha
venido alguien contigo?
–No
–Joseph dio un paso instintivo hacia Demi para protegerla con su cuerpo–. Pero
quizá quieras pensar en cerrar las puertas.
–¡He
dicho que no te muevas!
Un
miedo desconocido embargó a Joseph, pero fue reemplazado al instante por una
furia que tuvo que controlar con firmeza.
–Solo
voy a cerrar esa.
Sin
mirar a Demi, señaló con el dedo una puerta situada a medio metro de ella. Por
lo que sabía solo había dos puntos de entrada.
–¿Por
qué me ayudas? –el atracador miró a cada uno de los tres rehenes antes de
llegar a la conclusión de que el mayor peligro era Joseph.
–Porque
no quiero que me peguen un tiro –dijo este. El arma pasó a apuntarlo a él–.
Esta noche tengo una cita caliente con una pelirroja fogosa –miró al hombre de
detrás del mostrador–. Dele el dinero.
–No
quiero el dinero, quiero a mi hijo –gritó el de la pistola.
–Ya
le he dicho que ella no está aquí –intervino el hombre del mostrador.
–Pues
llámala y dile que lo traiga aquí. ¡Vamos!
Se
oyeron sirenas en la distancia.
–¿Has
llamado a la poli? –gritó el hombre.
Puesto
que Joseph dudaba de que el supermercado tuviera alarma silenciosa, asumió que
un testigo habría llamado a la policía.
El
de la pistola lo miró a él.
–¿Los
has llamado tú?
–¿Con
mis antecedentes?
–¿Qué
has hecho?
–Vender
droga –Joseph se dio un golpecito en el bolsillo de la chaqueta–. Sácanos de
aquí antes de que llegue la pasma y te doy un poco.
–Quiero
a mi hijo.
El
hombre era de ideas fijas.
–Tú
haz lo que tengas que hacer, pero yo no puedo estar aquí. Si me pillan con
droga, estaré violando la condicional.
–Nadie
irá a ninguna parte hasta que tenga a mi hijo.
–Tienes
rehenes. Enviarán a las fuerzas especiales. Me han dicho que esos tipos
disparan primero y preguntan después –vio que el hombre miraba hacia la parte
de atrás de la tienda–. Vámonos.
–Nos
pillarán.
Joseph
dio un paso hacia él.
–Si
salimos ahora, no.
–Necesito
tiempo para pensar.
Joseph
dio un paso más.
–Yo
no pienso volver a la cárcel.
–¡Cállate
y déjame pensar!
Joseph
oyó un «clic» que indicaba que había entrado una bala en la recámara y supo que
se le acababa el tiempo.
–¡Al
suelo! –gritó.
Se
lanzó hacia delante, agarró el brazo de la pistola, tiró hacia arriba y lo
golpeó dos veces contra un estante de metal. Unas latas cayeron al suelo y el
hombre lanzó un grito de dolor antes de soltar la pistola. Joseph le dio una
patada para alejarla, le puso la zancadilla al hombre y lo tiró al suelo. Se
dejó caer de rodillas, lo puso boca abajo y le retorció el brazo mientras
intentaba agarrar el otro hombre. Desde que se movió hasta que hubo contenido
al otro hombre pasaron menos de diez segundos.
Cuando
terminó, miró a Demi.
–¿Estás
bien?
Ella
asintió.
Eso
no frenó los latidos de él. En todo caso, el hecho de verla de pie aumentó su
furia. ¿No había oído su orden de echarse al suelo?
–Estoy
bien –anunció la voz del hombre del mostrador.
–Fuera
de aquí los dos –Joseph combatió la nube roja que se formaba alrededor de sus
ojos, volvió la cabeza y vio que ella daba un paso hacia él–. Lo digo en serio,
Demi. Sal por la puerta, vete al coche patrulla más cercano y quédate allí.
Era
la primera vez desde sus tiempos de antes de los marines que estaba lo bastante
furioso para gritar como un energúmeno. Él la había enviado a la tienda y si no
hubiera ido en su busca, ella podría estar…
Apretó
los dientes y se concentró en respirar hondo. Pensó que, si compartían una
vida, todos los días serían una batalla constante entre la independencia de
ella y la necesidad de él de protegerla. La realidad era que ella pertenecía a
su mundo tan poco como él al de ella.
–¿Quién
eres tú? –preguntó una voz apagada desde el suelo.
–Si
te mueves, seré el que te envíe al hospital –metió la mano en el bolsillo de
los vaqueros y, cuando oyó pasos, enseñó la placa por encima de su cabeza.
–Sí,
lo sabemos. Sigues teniendo problemas para tomarte tiempo libre, ¿verdad?
Joseph
alzó la vista.
–Hola,
Dom.
–Hola,
Joe –sonrió Dom.
Mientras
esposaban al agresor, Joseph se incorporó y fue a la puerta. Cruzó la calle
intentando localizarla. La adrenalina recorría todavía sus venas y todos los
músculos de su cuerpo querían abrazarla y no soltarla nunca. Pero cuando ella
se volvió hacia él, Joseph se quedó inmóvil.
Por
un momento, todo quedó en silencio.
Luego
se dio cuenta.
¿Cómo
narices no lo había visto llegar? Había estado en situaciones de mucho peligro
y nunca había pasado tanto miedo como en aquella tienda.
Se
volvió y sacó el móvil. Necesitaba tiempo para recomponerse y no podía hacerlo
con ella presente.
Demi
lo observaba caminar por la calle hablando por teléfono. Quería ser fuerte,
estar tan tranquila como él, pero estaba muy nerviosa. Si a él le hubiera
pasado algo… Si lo hubiera perdido cuando intentaba protegerla…
–¿Eres
la chica de Joe Peligros?
Ella
asintió.
–Soy
Demi.
–Dom
Molloy. Trabajé con Joe en el distrito noveno antes de que se trasladara a la
Unidad de Servicios de Emergencia. Encantado de conocerte, Demi –el hombre
moreno le sonrió–. Tengo que tomarte declaración. ¿Te parece bien?
–Sí.
–Ven
por aquí.
–De
acuerdo.
Demi
miró a Joseph mientras se alejaba. No quería estar donde no pudiera verlo.
En
comparación con el hecho en sí, que parecía haber transcurrido a cámara lenta,
en ese momento daba la sensación de que el tiempo volaba. Una voz gritó su
nombre y ella parpadeó sorprendida.
Selena
la abrazó y observó su rostro con preocupación.
–¿Estás
bien?
–Sí
–Demi miró a Blake y luego de nuevo a ella–. ¿Qué hacéis aquí?
–Me
ha llamado Joe.
–Ella
estaba demasiado nerviosa para conducir –explicó Blake.
–Quiere
decir que estaba muy preocupada por ti.
Demi
abrió la boca para contestar, pero se le adelantó una voz profunda detrás de
ella.
–Ya
le han tomado declaración; puede marcharse.
Demi
se volvió y miró a Joseph para comprobar que estaba bien.
–¿Qué
ha pasado? –preguntó Selena.