sábado, 23 de marzo de 2013

┊εїз*~ El Hombre Ideal Cap: 23 *~┊εїз


Se quedó quieto y miró a su izquierda.
        –¡No te muevas!
        Joseph identificó el arma con la que apuntaban al hombre que se hallaba detrás del mostrador y miró a los ojos del atracador que la sostenía.
        –Tranquilo –dijo–. No tiene por qué pasar nada.
        –¿Ha venido alguien contigo?
        –No –Joseph dio un paso instintivo hacia Demi para protegerla con su cuerpo–. Pero quizá quieras pensar en cerrar las puertas.
        –¡He dicho que no te muevas!
        Un miedo desconocido embargó a Joseph, pero fue reemplazado al instante por una furia que tuvo que controlar con firmeza.
        –Solo voy a cerrar esa.
        Sin mirar a Demi, señaló con el dedo una puerta situada a medio metro de ella. Por lo que sabía solo había dos puntos de entrada.
        –¿Por qué me ayudas? –el atracador miró a cada uno de los tres rehenes antes de llegar a la conclusión de que el mayor peligro era Joseph.
        –Porque no quiero que me peguen un tiro –dijo este. El arma pasó a apuntarlo a él–. Esta noche tengo una cita caliente con una pelirroja fogosa –miró al hombre de detrás del mostrador–. Dele el dinero.
        –No quiero el dinero, quiero a mi hijo –gritó el de la pistola.
        –Ya le he dicho que ella no está aquí –intervino el hombre del mostrador.
        –Pues llámala y dile que lo traiga aquí. ¡Vamos!
        Se oyeron sirenas en la distancia.
        –¿Has llamado a la poli? –gritó el hombre.
        Puesto que Joseph dudaba de que el supermercado tuviera alarma silenciosa, asumió que un testigo habría llamado a la policía.
        El de la pistola lo miró a él.
        –¿Los has llamado tú?
        –¿Con mis antecedentes?
        –¿Qué has hecho?
        –Vender droga –Joseph se dio un golpecito en el bolsillo de la chaqueta–. Sácanos de aquí antes de que llegue la pasma y te doy un poco.
        –Quiero a mi hijo.
        El hombre era de ideas fijas.
        –Tú haz lo que tengas que hacer, pero yo no puedo estar aquí. Si me pillan con droga, estaré violando la condicional.
        –Nadie irá a ninguna parte hasta que tenga a mi hijo.
        –Tienes rehenes. Enviarán a las fuerzas especiales. Me han dicho que esos tipos disparan primero y preguntan después –vio que el hombre miraba hacia la parte de atrás de la tienda–. Vámonos.
        –Nos pillarán.
        Joseph dio un paso hacia él.
        –Si salimos ahora, no.
        –Necesito tiempo para pensar.
        Joseph dio un paso más.
        –Yo no pienso volver a la cárcel.
        –¡Cállate y déjame pensar!
        Joseph oyó un «clic» que indicaba que había entrado una bala en la recámara y supo que se le acababa el tiempo.
        –¡Al suelo! –gritó.
        Se lanzó hacia delante, agarró el brazo de la pistola, tiró hacia arriba y lo golpeó dos veces contra un estante de metal. Unas latas cayeron al suelo y el hombre lanzó un grito de dolor antes de soltar la pistola. Joseph le dio una patada para alejarla, le puso la zancadilla al hombre y lo tiró al suelo. Se dejó caer de rodillas, lo puso boca abajo y le retorció el brazo mientras intentaba agarrar el otro hombre. Desde que se movió hasta que hubo contenido al otro hombre pasaron menos de diez segundos.
        Cuando terminó, miró a Demi.
        –¿Estás bien?
        Ella asintió.
        Eso no frenó los latidos de él. En todo caso, el hecho de verla de pie aumentó su furia. ¿No había oído su orden de echarse al suelo?
        –Estoy bien –anunció la voz del hombre del mostrador.
        –Fuera de aquí los dos –Joseph combatió la nube roja que se formaba alrededor de sus ojos, volvió la cabeza y vio que ella daba un paso hacia él–. Lo digo en serio, Demi. Sal por la puerta, vete al coche patrulla más cercano y quédate allí.
        Era la primera vez desde sus tiempos de antes de los marines que estaba lo bastante furioso para gritar como un energúmeno. Él la había enviado a la tienda y si no hubiera ido en su busca, ella podría estar…
        Apretó los dientes y se concentró en respirar hondo. Pensó que, si compartían una vida, todos los días serían una batalla constante entre la independencia de ella y la necesidad de él de protegerla. La realidad era que ella pertenecía a su mundo tan poco como él al de ella.
        –¿Quién eres tú? –preguntó una voz apagada desde el suelo.
        –Si te mueves, seré el que te envíe al hospital –metió la mano en el bolsillo de los vaqueros y, cuando oyó pasos, enseñó la placa por encima de su cabeza.
        –Sí, lo sabemos. Sigues teniendo problemas para tomarte tiempo libre, ¿verdad?
        Joseph alzó la vista.
        –Hola, Dom.
        –Hola, Joe –sonrió Dom.
        Mientras esposaban al agresor, Joseph se incorporó y fue a la puerta. Cruzó la calle intentando localizarla. La adrenalina recorría todavía sus venas y todos los músculos de su cuerpo querían abrazarla y no soltarla nunca. Pero cuando ella se volvió hacia él, Joseph se quedó inmóvil.
        Por un momento, todo quedó en silencio.
        Luego se dio cuenta.
        ¿Cómo narices no lo había visto llegar? Había estado en situaciones de mucho peligro y nunca había pasado tanto miedo como en aquella tienda.
        Se volvió y sacó el móvil. Necesitaba tiempo para recomponerse y no podía hacerlo con ella presente.
        Demi lo observaba caminar por la calle hablando por teléfono. Quería ser fuerte, estar tan tranquila como él, pero estaba muy nerviosa. Si a él le hubiera pasado algo… Si lo hubiera perdido cuando intentaba protegerla…
        –¿Eres la chica de Joe Peligros?
        Ella asintió.
        –Soy Demi.
        –Dom Molloy. Trabajé con Joe en el distrito noveno antes de que se trasladara a la Unidad de Servicios de Emergencia. Encantado de conocerte, Demi –el hombre moreno le sonrió–. Tengo que tomarte declaración. ¿Te parece bien?
        –Sí.
        –Ven por aquí.
        –De acuerdo.
        Demi miró a Joseph mientras se alejaba. No quería estar donde no pudiera verlo.
        En comparación con el hecho en sí, que parecía haber transcurrido a cámara lenta, en ese momento daba la sensación de que el tiempo volaba. Una voz gritó su nombre y ella parpadeó sorprendida.
        Selena la abrazó y observó su rostro con preocupación.
        –¿Estás bien?
        –Sí –Demi miró a Blake y luego de nuevo a ella–. ¿Qué hacéis aquí?
        –Me ha llamado Joe.
        –Ella estaba demasiado nerviosa para conducir –explicó Blake.
        –Quiere decir que estaba muy preocupada por ti.
        Demi abrió la boca para contestar, pero se le adelantó una voz profunda detrás de ella.
        –Ya le han tomado declaración; puede marcharse.
        Demi se volvió y miró a Joseph para comprobar que estaba bien.
        –¿Qué ha pasado? –preguntó Selena.

┊εїз*~ El Hombre Ideal Cap: 22 *~┊εїз

 
Ella sonrió.
        –Termina de hablar de esto. Quiero saber en qué líos te metías.
        –¿Y correr el riesgo de que cambies tu opinión de mí? –él frunció el ceño mientras echaban a andar hacia una hilera de puestos.
        –Eso merece un castigo –a ella le brillaron los ojos–. Los marines sabéis disparar, ¿no?
        Una hora después, Joseph intentaba averiguar cómo había acabado siendo él el que transportara un conejo de peluche por el parque. Si el objetivo de ella había sido que se sintiera ridículo, había dado en el blanco. Lo agarró por las largas orejas y lo miró con disgusto.
        –Es bizco.
        –Nuestras imperfecciones nos hacen únicos –respondió ella.
        Joseph miró el estanque.
        –Me pregunto si flotará.
        –No te atreverías.
        Joseph la alzó en vilo sin soltar el conejo.
        –Puedes usarlo como salvavidas.
        Se acercó al borde del agua y la columpió adelante y atrás. Sonrió cuando ella protestó entre risas. La miró y se preguntó por qué había tardado tanto en ver lo que tenía delante de sus narices. ¿Habría sido distinto si hubieran empezado a salir antes? ¿Su vida volvería a ser la misma cuando terminaran? Quizá debería intentar hablarle de…
        –Esa es nueva –murmuró ella.
        –¿El qué?
        –La mirada de tus ojos.
        Antes de que él tuviera tiempo de distraerla con un beso, sonó una música.
        –Es mi móvil –dijo ella.
        –No contestes.
        –Tengo que hacerlo –ella se retorció en sus brazos hasta que la dejó en el suelo.
        Como era de esperar, la llamada provocó la desaparición de Demi y la reaparición de la Demi apagada y triste.
        Antes de que pudiera decir las palabras habituales del final de la llamada, él extendió el brazo.
        –No pienso llevar esta cosa en el metro.
        –Un caballero lo haría.
        –Entonces es una lástima que salgas conmigo, ¿no crees?
        Ella no intentó impedir que la acompañara. Pero lo habría hecho de saber lo que él se proponía. Joseph ya estaba harto y pensaba tener una charla con Jack a la primera oportunidad.
-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~-*~
        «Cuando vas de compras, es importante ir con la mente abierta. No siempre puedes encontrar lo que quieres, pero si tienes paciencia, tal vez descubras justo lo que necesitas ».
        –VOY a hacerle algo de comer –dijo ella cuando llevaron a Jack a su apartamento después de anochecer.
        Joseph asintió.
        –¿Qué más?
        –Dejarle comida.
        –Tú vete a comprar al supermercado de enfrente y yo le preparo algo de comer –al ver que ella vacilaba, añadió con firmeza–: Vete, ya me ocupo yo.
        Demi tomó su bolso. En realidad, necesitaba un poco de espacio. No podía seguir robando recuerdos y uniéndolos como cuentas brillantes de un collar precioso. Tenía que decírselo, sobre todo porque ocultarlo la estaba matando. El problema era que todavía no sabía por qué era tan complicado encontrar las palabras.
        A mitad de camino del supermercado, se dio cuenta de que no había mirado en el frigorífico para ver lo que había. Cuando volvió al apartamento, oyó la voz de Joe.
        –Creo que es hora de que tengamos una conversación.
        Demi se quedó inmóvil en el umbral. ¿Qué pasaba allí?
        –Solo voy a decir esto una vez. Puede que a ti no te importe el efecto que tienen tus actos en tu hija, pero a mí sí. Si la haces sufrir, me tendrás encima a todas horas, ¿está claro?
        Ella estaba a punto de intervenir cuando Jack contestó:
        –Yo quiero a mi Demi.
        –¿La querías cuando acabó viviendo en la calle por tu culpa? –preguntó Joseph con brusquedad–. Podía haber muerto. Alguien que ella conocía murió. ¿Te lo dijo?
        –No.
        –Claro que no. Ella afronta las cosas por sí misma. No pide ayuda. Si supiera que ahora estoy hablando contigo, me daría una patada en el trasero.
        Demi siguió paralizada en el sitio, sin interferir.
        –Es igual que su madre –dijo Jack.
        –No debió de ser fácil perderla así.
        –No lo fue.
        –Lo siento, Jack. Lo siento de verdad. Pero ¿crees que a tu esposa le gustaría saber que Demi perdió a ambos padres aquel día?
        Demi abrió mucho los ojos. ¿Cómo sabía eso?
        –Si quieres honrar su memoria, este no es el modo. Un día tu hermosa hija conocerá a alguien, se casará y tendrá hijos. ¿Quieres perderte también a tus nietos? ¿No querría tu esposa que buscaras la huella de vosotros dos en sus ojos?
        Jack carraspeó.
        –Sí querría –respondió.
        El dolor de su voz hizo que Demi lamentara no haber hablado más de ella con él. Pero a los ocho años le había sido difícil enfrentarse al dolor y en años posteriores había tenido muchas otras cosas a las que enfrentarse. Después había creído que ya era demasiado tarde.
        –Vas a tener que cambiar –continuó Joseph–. Si yo fuera el padre de esos chicos, no creo que quisiera confiártelos. Pero querría que te conocieran igual que querría que supieran cosas de su abuela. Y estaría bien que se las contara el hombre que la amó.
        Demi bajó la vista y se dio cuenta de que se había puesto la mano en el estómago. No estaba embarazada, pero nunca había pensado en el hombre que querría que fuera el padre de sus hijos. Y de pronto supo que Joseph sería un padre excelente.
        –Todavía la amo –repuso Jack en voz baja.
        –¿Nunca has pensado en ir a terapia? Conozco a alguien que lleva un grupo. No te hará dejar de beber, eso solo puedes hacerlo tú, pero quizá te venga bien hablar con ella –hubo una pausa–. Puede ser difícil batallar con las cosas que se guardan dentro. Créeme, yo lo sé.
        –Eres un buen hombre –dijo Jack–. Me alegro de que estés con mi hija.
        Ella también. Había docenas de cosas que no olvidaría de aquel tiempo con él, pero de pronto ya no le parecía suficiente.
        –La semana que viene te daré su tarjeta –dijo la voz de Joseph–. Y ahora vamos a ver lo que podemos hacer antes de que vuelva Demi.
        Esta salió de la casa y cerró la puerta en silencio. Al pie de las escaleras se secó las mejillas. Ella no lloraba nunca. ¿Qué narices le ocurría?
        Cruzó la calle como si estuviera en estado de shock. En la tienda tomó una cesta y caminó como sonámbula por los pasillos. ¿Por qué le costaba tanto decirle a Joseph que se marchaba? ¿Podía ser que estuviera enamorada? Pero si lo estuviera, no se sentiría tan aturdida. ¿O sí?
        De no haber estado en aquel estado, quizá habría reaccionado con más rapidez al doblar la esquina. Pero cuando se dio cuenta de lo que ocurría, era demasiado tarde.
        ¿Dónde estaba?
        Jack dormía profundamente en el sofá y Joseph tamborileaba con los dedos en la encimera de la cocina. Miró el reloj. Ella tendría que haber vuelto ya. Impaciente, decidió ir en su busca.
        Bajó corriendo las escaleras y cruzó la calle. Entró en el supermercado y miró en los pasillos. No la vio. Caminó hasta donde asumía que estaba la caja y dobló una esquina. Allí estaba. Lo embargó una sensación de alivio, pero cuando ella lo miró y una expresión de agonía cubrió su rostro él supo que algo iba mal.
        Se quedó quieto y miró a su izquierda.
        –¡No te muevas!
        Joseph identificó el arma con la que apuntaban al hombre que se hallaba detrás del mostrador y miró a los ojos del atracador que la sostenía.

┊εїз*~ El Hombre Ideal Cap: 21 *~┊εїз

 
–Ya hemos terminado, chicos y chicas.
        Modelos y ayudantes emitieron un suspiro de alivio; el fotógrafo tendió la mano a Demi y movió los dedos.
        –Dámela, encanto. Tengo que tener cuidado con las imágenes mías que haces de dominio público.
        –¿Con alguien tan fotogénico como tú? –Demi le pasó una pequeña cámara digital.
        Él bajó la cabeza y pasó las imágenes.
        –Esa no. Esa tampoco. Cuando termine de borrar todas las que no apruebo, podemos hablar de tu nuevo amigo.
        –¿Qué nuevo amigo?
        –El hombre que lleva quince minutos observando todos tus movimientos –Demi miró en dirección a Joseph–. Obviamente, no trabaja en el mundo de la moda…
        –No –respondió ella–. Es…
        –No me lo digas. Es mucho más divertido imaginarlo.
        Joseph se acercó a ellos.
        –Hola, encanto.
        –Hola, guapo –el fotógrafo sonrió.
        Demi se mordió el labio inferior y reprimió una risita.
        –Pórtate bien. Christophe Devereaux, Joseph Jonas. Joe, este es Chris.
        –Explica mucho la sonrisa que has tenido esta mañana –comentó el fotógrafo–. ¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? Porque en serio, querida, esa ropa…
        –A él le queda bien, ¿no te parece?
        –Supongo… Pero imagínatelo de Armani o Gucci o quizá un poco…
        –Eso no va a pasar –intervino Joseph con sequedad, cuando se cansó de que hablaran de él como si no estuviera presente. Se había vestido solo desde los dos años y no necesitaba ninguna ayuda en ese campo.
        –No le gustan las marcas –comentó Demi.
        Christophe parpadeó.
        –Eso debe de ser refrescante.
        –¿Has terminado ya? –preguntó Joseph a Demi.
        –Sí –ella besó a su amigo en las mejillas–. Te debo una por lo de hoy. Gracias por dejarme estar presente.
        –Te lo debía por tu apoyo cuando era un desconocido. Una mención en tu blog sube mucho el perfil –miró a Joseph–. Cuida de ella o tendrás que responder ante mí.
        Joseph asintió con la cabeza. Tomó a Demi de la mano.
        –Vámonos.
        –Solo por curiosidad –preguntó ella cuando se alejaban–. ¿Qué habrías hecho si hubiera quedado con Selena como era mi intención?
        –Te molesta, ¿verdad? –inquirió él.
        –¿Ocultarle algo a mi mejor amiga?
        –Incluso cuando lo hagamos público, habrá cosas que no podrás hablar con ella. Lo sabes, ¿verdad?
        Ella abrió mucho los ojos.
        –¿Cuando lo hagamos público?
        –No vamos a discutir hoy. Tengo planes para lo que queda del día.
        –¿Adónde vamos?
        –Ya lo verás.
        –¿Es una sorpresa?
        Joseph sonrió. Un rato después se detuvo en medio de un camino y ella alzó las cejas con anticipación.
        –Tienes dos opciones. El zoo –él señaló con el pulgar por encima de su hombro–. O eso.
        Ella miró y se quedó un momento inmóvil. Después se le iluminó el rostro.
        –¿Te estás quedando conmigo? –se lanzó en sus brazos–. ¡Me encanta! –se apartó y le tomó la mano.
        Cuando cruzaban las puertas, se volvió hacia él.
        –Me niego a disfrutar de mi sorpresa hasta que consientas en hacerlo todo conmigo –lo miró a los ojos y sonrió–. Pero prometo compensarte si lo haces.
        –¿Quieres comer algodón de caramelo o algo razonable? –preguntó él.
        –Algodón –ella tiró de su mano–. Podemos comerlo en el tiovivo.
        Lo máximo que él estaba dispuesto a hacer era apoyarse en un ridículo caballo de madera. Cuando la plataforma empezó a moverse, la vio chuparse los dedos antes de arrancar otro trozo de algodón con los dientes. Joseph sonrió.
        Varios viajes más tarde, se sentía muy orgulloso de sí mismo por satisfacer sus ansias de diversión. Ahora podía cuidarla, protegerla y satisfacer sus necesidades.
        Hicieron un descanso para comer un par de perritos calientes con mostaza. Demi compartió el pan con una horda de bien alimentadas palomas y Joseph compartió la mostaza con sus vaqueros. Ella intentó quitar la mancha con una servilleta de papel hasta que él se vio obligado a recordarle que estaban en un lugar público y había niños. Después de un beso con el que ella le prometió que le haría todo lo que quisiera cuando llegaran a casa, él la vio que miraba a la gente y sonreía. Siguió su mirada y descubrió a una niña que iba con una mujer que le hacía una trenza en el pelo.
        –¿La recuerdas? –preguntó.
        –¿A mi madre?
        –Sí.
        Demi pensó un momento, como hacía siempre que hablaban de un tema que le resultaba difícil.
        –Algunas cosas –respondió–. Recuerdo cómo me cepillaba el pelo. Seguía el cepillo con la mano –sonrió–. Yo todavía hago eso.
        –Lo sé –era parte de la rutina de ella por la mañana. Verla vestirse resultaba casi tan fascinante como verla desnudarse–. Continúa.
        Pasó otro momento mientras Demi seleccionaba un recuerdo.
        –Solía tararear cuando hacía las labores de casa. Mi padre decía que una de las razones por las que la amaba era porque tenía una canción en el corazón. Me guiñaba un ojo y se acercaba por detrás para bailar con ella. Eso la volvía loca si estaba haciendo algo, pero siempre se reía –Demi sonrió de nuevo–. Tenía una risa fantástica.
        –¿Cómo era ella?
        –A veces, pocas, Jack me dice que me parezco mucho a ella –Demi se encogió de hombros–. Creo que le resultaba difícil mirarme después de la muerte de ella.
        Era la primera vez que Joseph sentía alguna empatía por su padre. No quería imaginarse un mundo sin Demi en él, pero sabía que sería un lugar más oscuro.
        –¿Cuándo empezaste a llamarle Jack?
        –Cuando dejó de ser mi padre –ella lo miró a los ojos–. ¿Cómo era tu padre?
        Joseph sabía que estaba cambiando de tema. Movió la cabeza y esquivó su mirada.
        –Eso ya lo sabes.
        –Sé lo que recuerdan los demás de tu familia.
        –Pues quédate con sus impresiones. Discutían menos con él.
        –¿De qué discutíais?
        –Su decepción conmigo era uno de los temas favoritos.
        –¿Él te decía eso? –preguntó ella con incredulidad.
        –Con motivo –él la miró por el rabillo del ojo, poco dispuesto a entrar en detalles–. ¿Nadie te ha dicho lo cerca que estuve de ser el primer Jonas que acabara en el lado equivocado de la ley?
        Ella abrió mucho los ojos.
        –No te creo.
        Joseph le tendió la mano.
        –¿Qué quieres hacer ahora?
        Ella sonrió.
        –Termina de hablar de esto. Quiero saber en qué líos te metías.
        –¿Y correr el riesgo de que cambies tu opinión de mí? –él frunció el ceño mientras echaban a andar hacia una hilera de puestos.
        –Eso merece un castigo –a ella le brillaron los ojos–. Los marines sabéis disparar, ¿no?