lunes, 4 de febrero de 2013

┊εїз*~ El Hombre Ideal Cap: 3 *~┊εїз


Vale, si le inyectaran suero de la verdad, seguramente admitiría que había razones comprensibles por las que las mujeres perdían los papeles cuando él les sonreía. Tenía unos ojos de un azul intenso, pelo rubio oscuro y un asomo de barba en la fuerte mandíbula. Si se añadía a eso un cuerpo alto y musculoso, probablemente no habría una sola chica soltera en Manhattan que no estuviera dispuesta a darle su teléfono.

         Aunque ninguna de ellas había conseguido mantener su interés por mucho tiempo.

         –Pues ya puedes dejarlo, estoy bien. ¿No tienes que planear tu boda? Dije que lo haría, ¿no? –él miró en dirección a Demi–. Te llamará ella ahora.

         Antes de que colgara, Demi había cruzado el apartamento y sostenía la puerta abierta con una sonrisa. Pero en lugar de seguir la indirecta, la mano grande de él cerró la puerta y dejó la palma apoyada en la madera al lado de la cabeza de ella.

         –Es obvio que tenemos que hablar –declaró.

         Demi apretó los dientes. Perdía rápidamente la paciencia. Contemplaba la posibilidad de clavarle su tacón de aguja en una de las botas cuando él añadió:

         –Puede que a otras personas no les importe que metas tu bonita nariz en sus asuntos, pero a mí sí.

         –Prueba a contestar el teléfono y no tendré que hacerlo –ella enarcó las cejas–. ¿Tanto te cuesta entender que tu familia pueda pensar que tienes impulsos suicidas?

         –No tengo impulsos suicidas.

         –¿Y desatar tu arnés es el procedimiento estándar?

         –Súbete a la silla.

         Ella vaciló.

         –¿Qué?

         –Ya me has oído.

         Demi no se movió y él le rodeó la muñeca con el pulgar y el índice. El golpe de calor que subió rápidamente por el brazo de ella le hizo bajar la barbilla mientras él tiraba de ella por la estancia. ¿Ahora la tocaba? Él no la tocaba nunca. Más bien ella había tenido la sensación de que hubiera una zona de cuarentena a su alrededor.

         –¿Qué crees que estás haciendo? –preguntó.

         –Montando una demostración.

         Ella abrió mucho los ojos cuando él le soltó la muñeca, le puso las manos en la cintura y la subió a un sillón.

         –Pero ¿qué haces? ¡No te subas a mis muebles!

         Él separó los pies encima de los cojines del sofá y probó los muelles con un par de saltitos antes de decir:

         –Salta.

         –¿Qué?

         –Salta.

         Demi ya estaba harta. No tenía ni el más mínimo interés en jugar con él. ¿Acaso creía que tenía cinco años?

         Pero cuando intentó bajarse del sillón, un brazo largo le rodeó la cintura y se vio lanzada por el aire. Cuando quiso darse cuenta, chocó contra una pared de calor y dio un respingo. Alzó la barbilla y lo miró a los ojos con las puntas de sus narices casi tocándose. ¿Qué demonios hacía?

         –¿Ves? –musitó él–. Es cuestión de equilibrio.

         De pronto, la mirada intensa de él observaba su rostro de un modo que sugería que no la había mirado nunca. Pero lo más desconcertante era la sensación… como si no hubiera ninguna parte en la que no se tocaran. La sensación de sus pechos aplastados contra el torso de él hacía que le resultara difícil respirar, pues ese contacto enviaba un ramalazo erótico a través de su abdomen. ¿Cómo podía sentirse atraída por él cuando le caía tan mal?

         Cuando la bajó lentamente a lo largo de su cuerpo, Demi no tuvo más remedio que agarrarse a sus hombros hasta que sus pies tocaron los cojines. Se tambaleó cuando la soltó. Por un momento se sintió mareada.

         –Sabía lo que hacía –él bajó del sofá, la alzó en vilo y la depositó en el suelo como si no pesara nada.

         Demi retrocedió un paso y dejó los brazos a los costados. Se cruzó de brazos y alzó la barbilla.

         –Las huellas de zapatos gigantes que has dejado en mi sofá compensan de sobra por la media docena de vasos.

         –Si no tienes nada mejor que hacer en tu tiempo libre que hablar con mi familia, prueba a buscarte un hobby.

         Ella soltó una tosecita de incredulidad.

         –Tengo muchas cosas que hacer en mi tiempo libre.

         –Es obvio que salir con hombres no es una de ellas.

         –¿Qué significa eso exactamente?

         –Significa que, aunque quizá había olvidado por qué sigues soltera todavía, después de una hora empiezo a recordarlo –él se cruzó de brazos–. ¿Nunca has pensado que ser amable de vez en cuando puede mejorar tus posibilidades de echar un polvo?

         –¿Desde cuándo mi vida sexual es asunto tuyo?

         –Si tuviera que adivinar, diría que desde que mi relación con mi familia se ha convertido en asunto tuyo.

         Demi sonrió con dulzura.

         –Procura que la puerta no te dé en el trasero al salir.

         –¿Eso es lo mejor que puedes decir? –preguntó él, enarcando las cejas–. Es obvio que te falta práctica –asintió con firmeza–. No temas, pronto volveremos a tenerte lista para el combate.

         Demi suspiró pesadamente y avanzó hacia la puerta. No lo miró, pero por alguna razón, se oyó preguntar antes de que él saliera:

         –¿Nunca te cansas de esto?

         ¿De dónde había salido aquello?

         Joseph se detuvo, volvió la cabeza y le lanzó una mirada intensa.

         –¿Ya te rindes, muñeca?

         Ella frunció el ceño.

         –No me llames muñeca.

         Él no se movió y pareció que el aire se espesaba entre ellos. ¡Estúpidas hormonas! Ni ella estaba dispuesta a tener una relación ni él era el hombre que…

         –¿Quieres negociar una tregua?

         Demi no sabía qué la había impulsado a hacer la pregunta anterior, ¿y ahora él le preguntaba si quería que fueran amigos? Reprimió una carcajada.

         –¿Te he dado la impresión de que agitara una bandera blanca? Estoy hablando de ti, no de mí. Pareces cansado, Joseph –hizo un mohín–. ¿Es por la energía que requiere fingir ante el mundo que eres un buen tipo?

         Los ojos de él se oscurecieron.

         –¿Cuestionas mi energía, muñeca?

         Se acercó un paso hasta que ella pudo sentir el calor de su aliento en las mejillas.

         –Mala idea –le advirtió él.

         Demi tensó la columna vertebral. Tenía un código de conducta desde la infancia; un código que le costaba romper incluso con el puñado de personas a las que permitía ocupar un pequeño rincón de su corazón. Mostrar cualquier señal de debilidad era el principio del fin. Las máscaras que usaba eran lo que había hecho que sobreviviera a un periodo de su vida en el que era invisible. Al principio de su carrera, esas máscaras daban la impresión de que las críticas profesionales no le afectaban. Y ahora, aunque el corazón le latía de un modo errático, adoptó una máscara de calma.

         –¿Tengo que sentirme intimidada por eso?

         Él sonrió peligrosamente.

         –Sigue retándome y esto se va a poner interesante muy pronto.

         –En serio, eres muy gracioso. Desconocía esa faceta tuya –ella alzó una mano y le dio una palmadita en el centro del pecho–. Ahora sé buen chico y acuéstate pronto. No podemos permitir que pierdas atractivo, ¿verdad? –apoyó la mano en su pecho y lo empujó hacia atrás para tener espacio para abrir la puerta–. ¿Cómo vas a convencer a las mujeres tontas de que eres un buen partido si tienes que hacerlo basándote en tu personalidad?

         –Dímelo tú.

         Demi apartó la mano del pecho de él, lo tomó por el brazo y lo empujó para que saliera. Cuando él estuvo en el pasillo mirándola con un asomo de sonrisa, ella apoyó el hombro en el dintel de la puerta y alzó la barbilla. Achicó los ojos. Daba la sensación de que él supiera algo que ella ignoraba.

         –Admítelo; echabas esto de menos –musitó él.

         Ella respiró hondo.

         –No.

         –Sin mí, no hay nadie por aquí que te enmiende la plana.

         –Dices eso como si me conocieras –ella negó con la cabeza–. No me conoces, Joseph. Te da miedo conocerme.

         –¿De verdad?

         –Sí, de verdad, porque si me conocieras, tendrías que admitir que te has equivocado conmigo y los dos sabemos que no te gusta admitir que te equivocas en nada –ella miró a ambos lados del pasillo y bajó la voz–. Peor todavía, podrías descubrir que te gusto. Y eso no puedes permitirlo, ¿verdad?

         Él bajó también la voz.

         –No creo que haya ningún peligro de eso.

         Demi lo miró a los ojos color miel y se preguntó de pronto si él recordaba cómo había empezado aquella guerra entre ellos. Ella no. ¿Por qué resultaba mucho más difícil llevarse bien con él que con ningún otro miembro de su familia? Todo el mundo llegaba a un punto en el que intentaba encontrarle sentido a su vida. Ella había aceptado muchas cosas que no podía cambiar, pero puesto que Joseph era la única persona con la que se mostraba inmadura, no pudo evitar preguntarse por qué. Al parecer, él no era el único que necesitaba una buena noche de descanso.

         Alzó los ojos al cielo e intentó apartar aquella debilidad momentánea.

         –Piensa lo que quieras o lo que te ayude a dormir por la noche.

         –Yo duermo muy bien –respondió él–. No te preocupes por mí.

         –No lo hago.

         –Haznos un favor a los dos y no te metas en mis asuntos. O puede que empiece yo a meter la nariz en los tuyos.

         –Yo no tengo nada que ocultar –mintió ella–. ¿Y tú?

         –No me presiones, muñeca.

         Ella se detuvo justo antes de lanzarle un desafío. Pero no fue solo porque necesitara buscar madurez; había algo más. Podía sentirlo. Algo más que la frialdad de la mirada de él, que la rigidez de los hombros o el tono de advertencia de su voz profunda. ¿Qué era?

         Joseph frunció el ceño y tensó la mandíbula. Dio la impresión de que apretaba los dientes, pero antes de que ella tuviera ocasión de preguntarle si le pasaba algo, se volvió y entró en su casa. Demi miró la puerta cerrada de su apartamento y movió la cabeza.

         El primer día había sido genial.

         Estaba deseando que llegara el segundo.

┊εїз*~ El Hombre Ideal Cap:2 *~┊εїз


–Cuidado, Demi, podría tomarme eso como un desafío.

         Ella soltó una carcajada.

–No sabía que tenías sentido del humor –comentó.

         Antes de que él pudiera contestar, abrió la puerta de su apartamento y cruzó el umbral. Se volvió y lo miró de arriba abajo, riendo cada vez más fuerte. Luego cerró la puerta.

         Joseph movió la cabeza. ¡Cómo le atacaba los nervios aquella mujer!

         Aquel hombre la ponía de los nervios.

         Demi se apoyó en la puerta, respiró hondo y frunció el ceño al notar que su corazón latía algo más deprisa que de costumbre. Si subir las escaleras con tacones producía ese efecto, tendría que pensar en empezar a ir al gimnasio.

         Cierto que una pequeña parte probablemente podría achacarse a su frustración por no ser capaz de mantener una conversación con él sin convertirla en un combate de boxeo verbal. Pero ella no era la única que peleaba; ambos sacaban siempre lo peor del otro.

         Cruzó la sala de estar hasta el dormitorio y resistió el impulso de ponerse zapatillas blandas y un pijama. Si él conseguía hacerle ponerse su ropa de comer helado el primer día, no tendría ninguna esperanza de sobrevivir a los siguientes tres meses. Cuando sonó el móvil una hora después, miró el nombre en la pantallita antes de contestar.

         –Todavía no puedo creer que me hayas hecho esto.

         La voz de Selena sonó alegre.

         –¿Qué parte? ¿Irme de ahí, vestirte de dama de honor o contarle a Joe lo del apartamento?

         –Creo que sabes a lo que me refiero –respondió Demi–. Tengo que cambiar de mejor amiga. A ese apartamento podría haber llegado mi hombre ideal si tú no se lo hubieras mencionado a tu hermano.

         –¿Desde cuándo buscas tú un hombre ideal? Y además, él no estará ahí mucho tiempo. Es un alquiler temporal, ¿recuerdas?

         –Si renueva el contrato, haré un muñeco y le clavaré alfileres –Demi se apartó del espejo donde estaba haciendo un pase de moda personal y se dirigió a la cocina–. Pero que sepas que está decidido a que yo sea la primera en mudarme.

         Como todos los que habían vivido alguna vez en Manhattan sabían lo que significaba un apartamento para un neoyorquino, no hacía falta que explicara lo ridículo que era que Joe pensara que ella se iba a ir de allí. El apartamento que había compartido con Selena y de vez en cuando compartía todavía con Miley era un espacio que podía llamar suyo propio.

         No había trabajado tanto para acabar en un lugar en el que había jurado que no volvería a encontrarse nunca.

         –¿Ya lo has visto? ¿Hay sangre en el pasillo?

         –Aún no. Pero dale unas semanas y solo uno de los dos saldrá intacto de aquí –Demi alzó la cafetera vacía y suspiró al oír la música procedente del otro lado del pasillo–. ¿Oyes eso?

         Acercó un momento el teléfono a la pared.

         –Mi hermano y el rock clásico van juntos, como…

         –¿Satanás y la tortura eterna? –sugirió Demi.

         –Probablemente no es el mejor momento para mencionar que ha aceptado venir en el grupo en la boda, ¿verdad?

         –No pienso dirigirme hacia el altar con él.

         –Puedes ir con Nick.

         Mejor. Nicolas Jonas le encantaba. Era divertido estar con él.

         –Creía que estaba decidido a no ponerse un traje de mono. ¿Cómo lo has convencido?

         –¿A Joe? Del mismo modo que lo llevamos al cumpleaños de su sobrina el mes pasado. Solo que esta vez me ayudó Kevin.

         Quería decir que Joseph había perdido una apuesta. Demi sonrió al pensar en el prometido de Selena confabulándose con los otros hermanos Jonas contra uno de ellos en su noche de póquer. Echó el café en la cafetera. ¡Bien por Blake!

         –¿Qué aspecto tiene?

         Demi parpadeó al oír la pregunta.

         –El mismo de siempre –contestó–. ¿Por qué?

         –Supongo que no has visto las noticias hoy.

         –No –Demi entró en la sala de estar y puso la tele con el mando a distancia–. ¿Qué me he perdido?

         –Espera.

         La noticia apareció casi al instante en el canal de noticias locales. Como no podía oír lo que decía sin subir mucho el volumen, leyó lo que había en la parte inferior de la pantalla. Hablaba de un agente de los Servicios de Emergencia del que todavía se desconocía el nombre que había desenganchado su arnés de seguridad para rescatar a un hombre en el puente Williamsburg. La cámara intentaba enfocar una mancha situada entre los cables de suspensión en el momento en que otra mancha se acercaba a él. Por un segundo ambos estaban a punto de caer y la multitud que miraba desde el suelo soltaba un gemido colectivo. En el último momento los rodeaban otras manchas y los sacaban de allí.

         En la pantalla sonaron aplausos y Demi movió la cabeza.

         –No me lo puedo creer.

         –Lo sé –Selena suspiró–. Mamá está que se sube por las paredes. Ya lo pasó bastante mal cuando estaba fuera.

         –¿Lo has llamado?

         –No contesta.

         Demi miró la puerta.

         –Te llamo ahora.

         En el pasillo, tuvo que golpear varias veces la puerta con el puño antes de que bajaran la música y abrieran.

         –Llama a tu madre –dijo ella. Le puso su móvil delante.

         –¿Qué pasa?

         Ella apretó la tecla de marcado rápido y se llevó el teléfono al oído.

         –Eres un imbécil desconsiderado –murmuró.

         En cuanto contestó la madre de él, Demi le pasó el teléfono.

         –No, soy yo. Estoy bien. Ya te habrían llamado si no fuera así, eso lo sabes –él retrocedió un paso y le cerró la puerta en las narices a Demi.

         De vuelta en su apartamento, ella lanzó un juramento. Él tenía su móvil y en él estaba toda su vida. Volvió a la cocina y marcó el número de la hermana de él en el teléfono fijo.

         –Ahora está hablando con tu madre.

         –¿Qué has hecho? –preguntó Selena.

         –Le he dicho lo que pensaba de él.

         –¿En su cara?

         Demi siguió con lo que hacía antes y encendió la cafetera.

         –Nunca me ha costado mucho decirle lo que pienso en su cara. Ya lo sabes.

         Llamaron a la puerta.

         –Espera –cuando abrió la puerta y se encontró con los ojos azules de él, tomó su móvil y lo sustituyó por el teléfono que llevaba en la mano–. Tu hermana.

         Él se llevó el auricular al oído y cruzó el umbral.

         –Hola, hermana, ¿qué hay?

         Demi parpadeó. ¿Cómo había terminado en su apartamento? Cerró la puerta y volvió a la cocina. Si él creía que aquello se iba a convertir en habitual, ya podía ir olvidándolo. Ella no deseaba pasar tiempo con él. Miró un instante la habitación, que parecía más pequeña con él allí, y frunció el ceño cuando él la miró por el rabillo del ojo.

         La mirada de él recorrió su cuerpo y se detuvo en sus pies más tiempo del necesario. ¿Qué era aquello?

         Demi resistió el impulso de bajar la vista para ver lo que llevaba. Su ropa no tenía nada de malo. En todo caso, tapaba más que la que llevaba la última vez que él la había visto. A ella le gustaba el modo en que los pantalones negros de cintura alta hacían que las piernas parecieran más largas, sobre todo si iban acompañados de unos zapatos morados de tacón alto. Con un metro setenta y cinco de estatura, no se podía decir que fuera baja, pero teniendo en cuenta el número de modelos que le sacaban la cabeza en sus horas de trabajo, agradecía todo lo que ofreciera la ilusión de que era más alta. Movió la cabeza. ¿Por qué le importaba lo que pensara él? Lo que sabía él de moda no llenaría ni un dedal. Y para muestra… los vaqueros que llevaba.

         A juzgar por lo raídos que estaban en las rodillas y alrededor de los bolsillos de…

         Demi apartó la vista con rapidez. Si él la pillaba mirándole el trasero, se reiría de ella.

         Aquel hombre ya tenía un ego del tamaño de Texas.

         –Es mi trabajo –dijo él con una nota de impaciencia en la voz, paseando por la estancia–. La cuerda no llegaba, no había tiempo… Sabía que había gente cuidando de mí. ¿Has terminado? Porque seguro que tu amiga tiene que hacer tres llamadas más.

         Demi tomó su taza favorita y la dejó en la encimera. Esperaba que Selena le echara una buena bronca. ¿Qué clase de idiota se quitaba el arnés de seguridad a esa altura? ¿No había oído hablar de la fuerza de la gravedad?

         Apoyó la cadera en la encimera y se cruzó de brazos, observándolo caminar. Tenía la mandíbula tensa y su ancho pecho subía y bajaba debajo de una vieja camiseta de un equipo de béisbol. Parecía… ¿nervioso? No, esa no era la palabra correcta. Cansado, quizá, como si no hubiera dormido mucho últimamente. Aunque a ella eso no le importaba nada, pero como Selena le había preguntado por el aspecto de él, sentía la necesidad de examinarlo más atentamente que de costumbre y después de haber empezado…

         Vale, si le inyectaran suero de la verdad, seguramente admitiría que había razones comprensibles por las que las mujeres perdían los papeles cuando él les sonreía. Tenía unos ojos de un azul intenso, pelo rubio oscuro y un asomo de barba en la fuerte mandíbula. Si se añadía a eso un cuerpo alto y musculoso, probablemente no habría una sola chica soltera en Manhattan que no estuviera dispuesta a darle su teléfono.