domingo, 14 de abril de 2013

┊εїз*~ El Hombre Ideal Cap: 24 *~┊εїз



Demi abrió la boca para contestar, pero se le adelantó una voz profunda detrás de ella.

        –Ya le han tomado declaración; puede marcharse.

        Demi se volvió y miró a Joseph para comprobar que estaba bien.

        –¿Qué ha pasado? –preguntó Selena.

        –Una toma de rehenes –explicó Joseph.

        Demi sintió un dolor repentino. Aquella imagen era demasiado parecida a su primer recuerdo de él; el ansia de que él reconociera su existencia era ahora tan desesperada como entonces. Si no la miraba pronto, iba a…

        –¿Por qué vas en ropa de paisano? –preguntó Selena a su hermano.

        –Estoy fuera de servicio.

        –¿Y por qué estás aquí?

        –Eso no es asunto tuyo –declaró él–. Y si la interrogas a ella de camino a su casa, habrá un hermano menos vestido de mono en tu boda.

        –Mamá jamás te lo permitiría.

        Joseph apretó los dientes.

        –Llévatela de aquí, Selena.

        –Un momento –Demi siguió a Joseph, que se alejaba–. ¿No merezco ni un «hasta luego»?

        Él siguió andando.

        –¡Vuelve! –gritó ella a su espalda–. ¡Joe!

        Él se volvió y la miró a los ojos.

        –Si vuelvo ahí, te voy a gritar.

        La intensidad de su ira la dejó sin palabras. Ella no estaba en lo cierto; él no tenía nada de tranquilo y controlado. Tal vez no era la reacción que esperaba Demi, pero era mejor que nada.

        –¿Qué hacías tú ahí dentro? –preguntó con una voz que no tenía nada de tranquila.

        –Mi trabajo.

        –¿Tu trabajo consiste en ver cuántas veces consigues que casi te maten antes de que acierten del todo?

        –Si nos cuesta la vida salvar a alguien, es el precio que pagamos –respondió él.

        Ella lo miró sorprendida.

        –Tú no tienes ni idea de por qué estoy tan afectada, ¿verdad?

        –Yo te advertí del peligro de este barrio –respondió él entre dientes.

        –¿Me culpas a mí de esto? –Demi sabía que estaba alzando la voz–. ¿Crees que salí a buscar problemas para que acudieras en mi rescate? Sé los riesgos que corres por otras personas, Joe, pero no quiero que los corras por mí.

        –¿Y tengo que quedarme quieto y dejar que te peguen un tiro?

        Ella terminó de explotar del todo.

        –¿Crees que yo te quería ahí dentro? ¡Estaba rezando para que no vinieras a buscarme! Sabía a qué te dedicas, pero una cosa es saberlo y otra verlo pasar. El peligro es tu adicción, no la mía. Sé que no te importa a quién intentas salvar…

        –¿Que no me importa a quién? –él cerró la boca y asintió con firmeza–. Se acabó. Ahora te largas.

        Dio un paso al frente y Demi retrocedió un paso.

        –¡Ni se te ocurra! –él se agachó, se la echó al hombro y echó a andar–. ¡Bájame, Joe! Odio que hagas esto.

        –¿Dónde está tu coche? –preguntó él a su hermana.

        –Al final de la calle –respondió esta con lo que parecía una nota de regocijo en la voz.

        –No le ayudes –intervino Demi–. Quiero que solicites una orden de alejamiento. Si no lo haces, denunciaré al imbécil de tu hermano por agresión.

        Joseph siguió andando y Demi luchando.

        –Puede que me hayas engañado un tiempo, gorila, pero ahora recuerdo todo lo que más me molestaba de ti.

        Él se detuvo.

        –¿El jeep de la esquina?

        –Sí –contestó Blake.

        –No pienses que luego podrás besarme y hacer las paces –siguió Demi–. No hay nada que puedas decir que…

        –¿Ha dicho besar? –preguntó Selena.

        –Sí –respondió Blake.

        Joseph la dejó al lado del jeep.

        –Muy bien.

        –Ya se lo habían imaginado –Demi miró a Selena–. Gracias por salir en mi defensa.

        –¿Después de haber guardado este secreto?

        Demi guardó silencio.

        –¿Has terminado ya de gritarme? –preguntó Joseph.

        A Demi aquello le pareció muy injusto. Y él incluso había conseguido decirlo como si ella no fuera la única que luchaba por controlarse. La chica que siempre se había considerado una luchadora nunca había sentido tanto la necesidad de salir corriendo.

        –¿Quieres que me vaya? Pues felicidades, Joe, tú ganas –el secreto que guardaba salió de sus labios–. Dentro de seis días me voy a París.

        Joseph pareció atónito.

        –¿Qué?

        –Ya me has oído. No es gran cosa, ¿verdad? Solo adelantamos un poco la agenda –Demi, que no podía seguir mirándolo, se volvió. Intentó abrir la puerta del jeep y hundió los hombros–. ¿Alguien puede abrirme la puerta, por favor? –hubo un pitido agudo y un «clic» de cerraduras–. Gracias.

        El viaje fue largo y silencioso, pero Demi no quería hablar.

        –¿Adónde vamos? –preguntó cuando vio algo por la ventanilla que no le encajaba.

        –A nuestra casa –respondió Selena.

        –No. Quiero irme a casa.

        Los otros cedieron sin demasiada insistencia, cosa que Demi les agradeció. Pero después de insistir en que la acompañaría hasta el apartamento, Selena la miró preocupada.

        –No estás bien, ¿verdad?

        Demi negó con la cabeza.

        –Los hombres Jonas pueden ser un poco duros de mollera, pero Joe…

        –Selena, por favor.

        –Solo esto y me callo –Selena respiró hondo–. De pequeño, Joe podía hacer con su cuerpo y sus manos todo lo que quería. Fútbol, béisbol… Papá pensaba que eso lo volvía arrogante y creía que tenía que presionarlo para que aprendiera que tenía límites. Al final, lo único que consiguió fue hacer a Joe el doble de decidido, diez veces más duro consigo mismo y la mitad de comunicativo. Papá no consiguió quebrarlo; pero eso no significa que no tenga sentimientos o no pueda sufrir.

        –Lo sé –susurró Demi.

        –Prueba a decirle lo que significa París para ti y quizá…

        Demi sintió un nudo en la garganta.

        –Selena…

        –Ya me callo –abrazó a Demi–. Has tenido una noche difícil. Acuéstate. Te llamaré por la mañana.

        Cuando Selena se fue, Demi se quedó largo rato en el centro de la estancia sintiéndose más sola que nunca. París había sido su sueño desde hacía tiempo. Había trabajado duro por eso. Pero dejar la ciudad que amaba, su casa, a sus amigos…

        Dejar al hombre que amaba.

        Porque no había duda. Lo amaba.

        Aunque no tenía sentido creer que él sentía lo mismo. Movió la cabeza y reprimió las lágrimas que deseaba desesperadamente derramar. En seis días se iría a París.

        Fin de la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario