Demi abrió la boca para
contestar, pero se le adelantó una voz profunda detrás de ella.
–Ya
le han tomado declaración; puede marcharse.
Demi
se volvió y miró a Joseph para comprobar que estaba bien.
–¿Qué
ha pasado? –preguntó Selena.
–Una
toma de rehenes –explicó Joseph.
Demi
sintió un dolor repentino. Aquella imagen era demasiado parecida a su primer
recuerdo de él; el ansia de que él reconociera su existencia era ahora tan
desesperada como entonces. Si no la miraba pronto, iba a…
–¿Por
qué vas en ropa de paisano? –preguntó Selena a su hermano.
–Estoy
fuera de servicio.
–¿Y
por qué estás aquí?
–Eso
no es asunto tuyo –declaró él–. Y si la interrogas a ella de camino a su casa,
habrá un hermano menos vestido de mono en tu boda.
–Mamá
jamás te lo permitiría.
Joseph
apretó los dientes.
–Llévatela
de aquí, Selena.
–Un
momento –Demi siguió a Joseph, que se alejaba–. ¿No merezco ni un «hasta
luego»?
Él
siguió andando.
–¡Vuelve!
–gritó ella a su espalda–. ¡Joe!
Él
se volvió y la miró a los ojos.
–Si
vuelvo ahí, te voy a gritar.
La
intensidad de su ira la dejó sin palabras. Ella no estaba en lo cierto; él no
tenía nada de tranquilo y controlado. Tal vez no era la reacción que esperaba Demi,
pero era mejor que nada.
–¿Qué
hacías tú ahí dentro? –preguntó con una voz que no tenía nada de tranquila.
–Mi
trabajo.
–¿Tu
trabajo consiste en ver cuántas veces consigues que casi te maten antes de que
acierten del todo?
–Si
nos cuesta la vida salvar a alguien, es el precio que pagamos –respondió él.
Ella
lo miró sorprendida.
–Tú
no tienes ni idea de por qué estoy tan afectada, ¿verdad?
–Yo
te advertí del peligro de este barrio –respondió él entre dientes.
–¿Me
culpas a mí de esto? –Demi sabía que estaba alzando la voz–. ¿Crees que salí a
buscar problemas para que acudieras en mi rescate? Sé los riesgos que corres
por otras personas, Joe, pero no quiero que los corras por mí.
–¿Y
tengo que quedarme quieto y dejar que te peguen un tiro?
Ella
terminó de explotar del todo.
–¿Crees
que yo te quería ahí dentro? ¡Estaba rezando para que no vinieras a buscarme!
Sabía a qué te dedicas, pero una cosa es saberlo y otra verlo pasar. El peligro
es tu adicción, no la mía. Sé que no te importa a quién intentas salvar…
–¿Que
no me importa a quién? –él cerró la boca y asintió con firmeza–. Se acabó.
Ahora te largas.
Dio
un paso al frente y Demi retrocedió un paso.
–¡Ni
se te ocurra! –él se agachó, se la echó al hombro y echó a andar–. ¡Bájame, Joe!
Odio que hagas esto.
–¿Dónde
está tu coche? –preguntó él a su hermana.
–Al
final de la calle –respondió esta con lo que parecía una nota de regocijo en la
voz.
–No
le ayudes –intervino Demi–. Quiero que solicites una orden de alejamiento. Si
no lo haces, denunciaré al imbécil de tu hermano por agresión.
Joseph
siguió andando y Demi luchando.
–Puede
que me hayas engañado un tiempo, gorila, pero ahora recuerdo todo lo que más me
molestaba de ti.
Él
se detuvo.
–¿El
jeep de la esquina?
–Sí
–contestó Blake.
–No
pienses que luego podrás besarme y hacer las paces –siguió Demi–. No hay nada
que puedas decir que…
–¿Ha
dicho besar? –preguntó Selena.
–Sí
–respondió Blake.
Joseph
la dejó al lado del jeep.
–Muy
bien.
–Ya
se lo habían imaginado –Demi miró a Selena–. Gracias por salir en mi defensa.
–¿Después
de haber guardado este secreto?
Demi
guardó silencio.
–¿Has
terminado ya de gritarme? –preguntó Joseph.
A Demi
aquello le pareció muy injusto. Y él incluso había conseguido decirlo como si
ella no fuera la única que luchaba por controlarse. La chica que siempre se
había considerado una luchadora nunca había sentido tanto la necesidad de salir
corriendo.
–¿Quieres
que me vaya? Pues felicidades, Joe, tú ganas –el secreto que guardaba salió de
sus labios–. Dentro de seis días me voy a París.
Joseph
pareció atónito.
–¿Qué?
–Ya
me has oído. No es gran cosa, ¿verdad? Solo adelantamos un poco la agenda –Demi,
que no podía seguir mirándolo, se volvió. Intentó abrir la puerta del jeep y
hundió los hombros–. ¿Alguien puede abrirme la puerta, por favor? –hubo un
pitido agudo y un «clic» de cerraduras–. Gracias.
El
viaje fue largo y silencioso, pero Demi no quería hablar.
–¿Adónde
vamos? –preguntó cuando vio algo por la ventanilla que no le encajaba.
–A
nuestra casa –respondió Selena.
–No.
Quiero irme a casa.
Los
otros cedieron sin demasiada insistencia, cosa que Demi les agradeció. Pero
después de insistir en que la acompañaría hasta el apartamento, Selena la miró
preocupada.
–No
estás bien, ¿verdad?
Demi
negó con la cabeza.
–Los
hombres Jonas pueden ser un poco duros de mollera, pero Joe…
–Selena,
por favor.
–Solo
esto y me callo –Selena respiró hondo–. De pequeño, Joe podía hacer con su
cuerpo y sus manos todo lo que quería. Fútbol, béisbol… Papá pensaba que eso lo
volvía arrogante y creía que tenía que presionarlo para que aprendiera que
tenía límites. Al final, lo único que consiguió fue hacer a Joe el doble de
decidido, diez veces más duro consigo mismo y la mitad de comunicativo. Papá no
consiguió quebrarlo; pero eso no significa que no tenga sentimientos o no pueda
sufrir.
–Lo
sé –susurró Demi.
–Prueba
a decirle lo que significa París para ti y quizá…
Demi
sintió un nudo en la garganta.
–Selena…
–Ya
me callo –abrazó a Demi–. Has tenido una noche difícil. Acuéstate. Te llamaré
por la mañana.
Cuando
Selena se fue, Demi se quedó largo rato en el centro de la estancia sintiéndose
más sola que nunca. París había sido su sueño desde hacía tiempo. Había
trabajado duro por eso. Pero dejar la ciudad que amaba, su casa, a sus amigos…
Dejar
al hombre que amaba.
Porque
no había duda. Lo amaba.
Aunque
no tenía sentido creer que él sentía lo mismo. Movió la cabeza y reprimió las
lágrimas que deseaba desesperadamente derramar. En seis días se iría a París.
Fin
de la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario